sábado, 21 de diciembre de 2013

Info

Por cierto, una cosa que olvidé de ayer. Hace unos meses acabé un blog llamado Diario de Josh, algunos ya lo conoceréis. Bueno, pues quería informaros de que hay segunda parte y el primer capítulo lo subí hará unas semanas. Aquí podéis encontrar la continuación:



Espero que lo leáis y que os guste. Saludos :)


viernes, 20 de diciembre de 2013

Capítulo 13. La rebelde

Electrificado. Han electrificado la alambrada. La única salida de este lugar se ha cerrado a cal y canto. No hay escapatoria, sólo podemos quedarnos y sufrir lo que nos espera.

-¿Quién está ahí? - interrumpe una voz grave el silencio que se ha creado.

-Corre Peeta - le urge Madge. Peeta se levanta y sale de la plaza corriendo.

-¡Tú! - grita la voz.

Oigo sus pasos. Intento girarme pero Madge me lo impide. Me sujeta las manos con fuerza y me pone los guantes de Peeta, poco a poco, mis manos recuperan la movilidad.

-Están torturando a la gente, Gale. Cada día. Todos mueren de hambre e incendiaron el Quemador. Han cancelado las clases y la mina ha estado cerrada desde que te fuiste. La abrieron ayer.

-¡Tú! - Vuelve a gritar la voz, esta vez más cerca aún - ¿Quieres volver a estar atada al poster de los latigazos?

Una expresión de dolor cruza la cara de Madge.

-¡Ya ha terminado su castigo! Ha pasado toda la noche aquí. – grita Madge sin apartar la mirada de mis ojos.

-¿Perdona? – pregunta la voz. Ahora veo sus zapatos, así que levanto la mirada y me encuentro con un agente de la paz. – Esto le va a gustar Romulus – comenta con tono divertido.

Madge abre muchísimo los ojos, después el agente de la paz la coge de un brazo y apunta a su cabeza con la pistola. Madge se resiste al principio, pero finalmente se deja llevar, aunque no se lo pone fácil. Deja el peso muerto y el agente acaba arrastrándola por la nieve. De repente, todas las palabras que no podía decir por el frío salen de mi garganta. Insulto al agente de la paz y le grito que la suelte, pero supongo que no me hace caso, porque acabo perdiéndolos de vista. Han azotado a Madge. La simple idea hace que me hierva la sangre. La adorable y dulce Madge no puede haber sido torturada. Es la hija del alcalde, aunque supongo que eso no tiene tanta importancia.

No tardan mucho en regresar. Pero esta vez no es un par de pisadas las que se aproximan, sino dos. Al llegar a mi altura, el otro agente de la paz se agacha y entra en mi campo de visión.

Puede que tenga cuarenta años. Tiene la cara seca y llena de arañazos y cicatrices.

-Vaya, vaya - dice divertido. Es el hombre que antes estaba amenazando al distrito, poniéndome como ejemplo de lo que les ocurrirá. - Ya has despertado. - Después se levanta y se gira para mirar al agente de la paz que sujeta a Madge. -¿Otra vez causando problemas, Undersee?

Lo siguiente que oigo es a alguien escupir y un fuerte golpe. Ni si quiera lo he visto, pero me agarro a los barrotes y empiezo a tirar de ellos mientras grito.

-¡Déjala en paz! ¿Me oyes? ¡NO LA TOQUES!

-Señor, - comienza el otro vigilante - la chica cree que el prisionero ya ha recibido su castigo.

-¿Ah, sí? ¿Eso crees, Undersee? Está bien, lo soltaré si es lo que quieres. Tú ocuparás su lugar.

La puerta de la jaula se abre y alguien me coge del brazo y tira de mí. Intento agarrarme con todas mis fuerzas a la jaula, pero al final mis dedos se resbalan. Cuando salgo soy incapaz de mantenerme en pie. Se han acercado más agentes de la paz y los vecinos de la plaza han salido a las puertas de su casa. Entre varios agentes de la paz me alejan de la jaula y me obligan a ponerme en pie, debo de tener los huesos congelados. Veo como el agente de la paz que responde al nombre de Romulus forcejea con Madge para meterla dentro de la jaula. Lleva el uniforme del jefe de los agentes de la paz, me pregunto que habrá pasado con Gray.

Madge sigue resistiéndose y al final, Romulus le da un puñetazo en la cara. Madge grita y yo me lanzo hacia el hombre que le acaba de pegar. Por suerte, pillo desprevenidos a los agentes de la paz, así que nadie me detiene antes de que le pegue un puñetazo. Apenas se inmuta, aunque la nariz comienza a sangrarle. Madge, en el suelo, me sujeta de una pierna y me pide que me vaya, pero no le hago caso, sino que me pongo entre ella y Romulus.

En cuestión de tres segundos tengo a todos los agentes de la paz apuntándome con sus pistolas, esperando recibir una orden.

-No vuelvas a hacer eso - me dice con cautela.

-¿O qué? ¿Vas a matarme? - Noto como sus ojos arden de rabia. - Mátame. Lo estoy deseando. - Susurro.

Es entonces cuando saca su arma de la pistolera. Pero no me apunta a mí, sino que apunta hacia el suelo y dispara.

El grito rasga el aire. Me doy la vuelta y veo a Madge, tirada en el suelo y agarrándose el brazo derecho. Tiene la mano y la chaqueta empapadas en sangre y por la punta de los dedos de sus manos caen gotas rojizas que se mezclan con la tierra de la plaza. Me doy la vuelta dispuesto a arremeter de nuevo contra Romulus. De nuevo siento como si estuviera en los juegos, deseando acabar con la vida de la persona que tengo frente a mí. Y arremetería contra él si no fuera por sus siguientes palabras:

-La próxima vez que cometas un error, la bala atravesará su cabeza.

Una amenaza directa.

Vuelvo a girarme para mirar a Madge. Intenta ocultar el dolor sacando toda la rabia que tiene. Desvío la mirada y cuento hasta diez. Después, giro la cabeza para enfrentarme a Romulus.

-No tendrás más problemas conmigo.

-Eso ya lo sabía. - dice sonriendo sádicamente. Después, le hace un gesto a los agentes de la paz que hay a mi espalda - Será mejor que te la lleves y hagas algo con ese brazo.

Espero a que se vayan. Todos. Los agentes de paz y las personas que han ido a la plaza para ver qué pasa. Después me agacho y cojo a Madge en brazos como puedo.

-¿Dónde te llevo? - Pregunto, intentando no mostrarme asustado. - ¿A tu casa?

-¡No! - Exclama lo más alto que puede - A mi casa no por favor. No lo soportará.

No sé a lo que se refiere, aunque supongo que será a su madre, enferma con jaqueca. Así que emprendo el camino a la Aldea de los Vencedores.

Mi casa sigue rodeada de agentes de la paz, pero ninguno me impide entrar con Madge en brazos. Cuando la dejo encima del sofá está muy pálida.

-Madge - susurro, pues tiene los ojos cerrados - ¿qué hago?

-Sácame la bala. - Su voz es áspera.

-No tengo nada con qué dormirte, Madge. No soy médico.

-¡Sácala!

Corro a la cocina, donde guardo botellas de alcohol. Una vez, Ripper dejó de vender alcohol y Haymitch se convirtió en un vecino horrible que no dejaba de gritar, desde entonces tengo una botella para emergencias y, aunque seguramente Haymitch la necesitará pronto, ahora me parece mucho más importante.

Derramo parte del contenido sobre la herida de Madge, que se muerde el labio para no gritar de dolor. Después busco entre los cubiertos hasta que encuentro lo que parecen unas pinzas alargadas.

-Lo siento, Madge - susurro antes de introducir el artilugio que el proyectil ha dejado en su brazo.

Durante los próximos cinco minutos hago un gran esfuerzo por no escuchar los gritos, sacar la bala y mantener a Madge quieta en el sitio. No tarda en desmayarse por el dolor. Termino poco después, cosiendo y cerrando la herida. La limpio como puedo y la vendo con cuidado. A continuación, con una toalla húmeda, me entretengo en limpiar los restos de sangre que recorren el brazo de la hija del alcalde y le quito la chaqueta empapada en sangre. Las camisetas de debajo están igual, pero supongo que ya tendrá tiempo de limpiarlas. Por último, cojo a Madge y la subo a mi dormitorio, donde la acuesto con cuidado y le seco los restos de lágrimas de la cara.

Cuando bajo al salón, limpio el sofá y recojo todo lo que he utilizado. Debería darme un baño, pues estoy lleno de sangre, pero opto por sentarme en el suelo, apoyar la cabeza contra la pared y quedarme dormido. Ni siquiera sé cómo lo consigo después de todo lo que ha pasado, de todo lo que he descubierto esta mañana. Hace tan sólo doce horas estaba escapando de este lugar en el que vuelvo a verme encerrado.




Me despierto tiritando. La habitación se encuentra completamente a oscuras, lo que significa que ya ha anochecido. Antes de nada, decido subir a darme un baño, para quitarme el frío del cuerpo.

Al entrar en mi habitación me encuentro con Madge tumbada en la cama. Al verla así siento más frío del que me invade ya de por sí. Cojo ropa limpia y entro en el cuarto de baño sin hacer ruido.

El agua caliente alivia el dolor. Lanzo un profundo suspiro y decido llenar la bañera. Me quedo sumergido en ella durante horas, hasta que el último centímetro de mi cuerpo está arrugado. Es entonces cuando salgo del agua.

Al regresar a la habitación me siento en el borde de la cama y observo a Madge con atención. Poco a poco comienza a amanecer, lo que significa que hemos dormido cerca de veinticuatro horas. Si no fuera por los movimientos de su pecho al tomar aire, pensaría que está muerta. Decido despertarla con delicadeza, pero pasados unos minutos mis tripas empiezan a rugir y pierdo la paciencia. Bajo a preparar algo de comer para ambos, aunque dudo que Madge se despierte en todo el día. Sin embargo, cuando regreso a la habitación, la encuentro sentada en el borde de la cama, mirando en dirección a la ventana.

-Ni se te ocurra levantarte – le digo, sobresaltándola.

-Gale... - susurra .- ¿Seguimos en tu casa?

-Sí – asiento.

Me siento junto a ella y le pongo delante el desayuno, que consiste en algo de pan duro con carne y queso y un plato de caldo. Al verlo, mira la comida con desaprobación y repugnancia.

-¿No es suficiente para ti? - pregunto bastante molesto, pues aunque ahora puedo acceder a todo tipo de comida, sigo apreciando demasiado su valor.

Me mira a los ojos con algo de sorpresa antes de susurrarme:

-Es demasiado. No tengo nada de apetito, Gale.

Sus palabras, su tono de niña pequeña y herida, hace que mi enfado se esfume. Le acaban de disparar y yo esperaba que estuviera deseando comer. Parece que haya olvidado todo lo que he aprendido estos años atrás.

-Lo siento – digo, pegándole un bocado a mi trozo de pan.

-No lo sientas – contesta. - Gracias a ti no me he desangrado.

-¿Te duele? - pregunto, incapaz de levantar la mirada del suelo.

-Duele bastante.

-Tal vez debería echarle un vistazo.

Le quito la venda con cuidado y me encuentro con una zona en la que el color morado, negro y rojo luchan por predominar. Las irregulares puntadas de hilo tampoco ayudan a mejorar el aspecto. Por suerte, he traído algo de alcohol con el desayuno y, antes de que se de cuenta, le echo un poco en la zona. Madge lanza un grito y se levanta de un salto. Se cubre la herida con su mano y me mira aterrada.

-Tenía que hacerlo – digo.

Tarda unos segundos en volver a sentarse a mi lado y, esta vez, coge una cucharada de caldo. Es en ese instante cuando me doy cuenta de lo pálida que está.

-Madge – comienzo – necesito que me expliques algunas cosas.

-¿Como cuál? - pregunta cogiendo otra cucharada. De repente parece haber encontrado su apetito.

-¿Has causado problemas mientras yo estaba fuera?

-Demasiados – comenta algo divertida, aunque en su tono también hay algo de tristeza e incluso de terror.

-¿Qué te hicieron?

Sus ojos se levantan antes incluso de que termine de formular la pregunta. Se le humedecen en cuestión de milésimas de segundo y, a continuación, se quita la camiseta dejando al aire una espalda llena de cicatrices que aún no se han curado.

-Latigazos – susurro, acariciando su espalda casi inconscientemente.

-Diez – susurra.

De repente noto de nuevo la sensación y tengo que respirar profundamente para no perder el control.

-No puedo creerlo – digo mientras se vuelve a poner la camiseta, intentando contener la rabia – Eres la hija del alcalde.

-¿Y qué? - explota. - ¡Sigo siendo una ciudadana del doce que pasa hambre, Gale! Ya te lo expliqué en el cementerio. Creen que yo no he sufrido los juegos. ¡Pero mi madre está enferma por ellos! - se deja caer en la cama después de haberse levantado – Es como si no tuviera madre, y todo porque le arrebataron a su hermana, Gale.

Sé que no sirve de nada pedirle perdón, así que cambio de tema.

-¿Qué opina tu padre? - pregunto.

-No lo he visto – dice y, al levantar la mirada, veo un brillo especial en los ojos. Un brillo demasiado familiar. El mismo brillo que tenía Katniss cuando quedábamos para ir al bosque, cuando sabía que debía romper una norma establecida por el Capitolio – En cuanto dejaron de darme latigazos fui a casa de Katniss, en la Veta. Como sabrás, no hay nadie – al oír esto en boca de otra persona, todo se hace más real – Pero sus vecinos me ayudaron. Me curaron un poco y me dieron de comer. He estado viviendo en casa de los Everdeen desde entonces. Ahora todos los del doce me ven diferente.

Por supuesto que la ven diferente. Siempre la han tenido como la protegida hija del alcalde, pero ahora es una chica que desafía al Capitolio, que recibe latigazos, a la que han disparado... Ahora es una luchadora más, una superviviente. Nosotros no contamos los días que nos quedan por vivir, sino los que llevamos vividos y, ahora, ella también. Es una rebelde. Pero las palabras son demasiado peligrosas como para decirlas en voz alta. Sin embargo, no puedo dejar que sigan haciéndole daño. No sabe hasta qué punto están dispuestos a aguantar los agentes. Aún tiene que aprender y yo estoy dispuesto a enseñarle.



-Madge – susurro – Vas a quedarte aquí, ¿de acuerdo?

domingo, 1 de diciembre de 2013

Capítulo 12 - Encarcelamiento

-¿Atalanta?
Mi cabeza tarda un par de segundos en asimilarlo. Puede haber más de una Atalanta en el Capitolio, tal vez sea una simple coincidencia.
-Típico de Seneca. Cómo le encanta hacerme esto. – dice sin dejar de mirar cómo Seneca se aleja entre la multitud.
No. Es ella. Es la misma chica que me ayudó a intentar conocer mejor los juegos. ¿Me ayudó? No. Me sacó información para usarla en mi contra.
-Tú eres Atalanta. Eres una vigilante, una asesina.
-Vamos a ver. – dice, levantando las manos y volviendo la vista hacia mí – Primero, vamos a presentarnos oficialmente. Gale, soy Atalanta Crane – dice tendiéndome la mano.
-¿Crane? ¿Eres hija de Seneca Crane?
-¡No! – casi parece escandalizada por lo que acabo de decir. – Sólo nos llevamos ocho años, ¿cómo va a ser mi padre? Es mi hermano.
-¿Tu qué?
-Gale, no pensarás que con veinte años he llegado a ser vigilante por mí misma, ¿no? He de decir que tengo ideas que al resto de los vigilantes les encantan, pero que el Vigilante Jefe sea mi hermano ayuda bastante.
Me tapo la cara con las manos, intentando ordenar todas las preguntas que aparecen en mi mente. Atalanta, la chica que supuestamente me ayudó y a la que, según Madox, poca gente ve, está ahora mismo frente a mí. Pero no me ayudó, es una vigilante, hermana del Vigilante Jefe.
-Gale… - noto su mano sobre la mía y la aparto con violencia. – Vamos a bailar.
Entonces me agarra con más fuerza del brazo y me lleva por entre la gente hasta un pequeño espacio en el que ambos podemos movernos. Por suerte, Effie me enseñó a bailar. Cuando me suelta el brazo, descubro que me lo ha dejado enrojecido.
-Eres fuerte – digo, apretando la zona colorada.
-He tenido que serlo. – dice, y aparta rápidamente la mirada - Vamos.
Apenas soy consciente del baile. Sólo sé que me muevo al ritmo de la música y que ambos encajamos como uno solo. Cuando consigo dejar de mirar mis pies para encontrar el ritmo, levanto la mirada y observo los ojos verdes que tengo delante, en busca de cualquier rastro de rencor, odio, placer… pero no hay nada.
-Deja de mirarme, me pones nerviosa. – pero sigo mirándola, en algún momento mostrará algo de alegría al haber sido capaz de engañarme. – Está bien, ¿quieres preguntarme algo?
Tengo cientos de preguntas en la cabeza, pero lo único que consigo decir es:
-Me mentiste.
-¿Me preguntaste que si era vigilante? No. Así que no te mentí. – contesta sin sonreír.
-Cierto. Te limitaste a fingir que me ayudabas cuando en verdad estabas sacándome información y, quién sabe, volviéndome aún más paranoico. – abre la boca para protestar, pero la corto – Espera, tengo una teoría más interesante. Me ayudaste a dejar de ser tan peligroso para que tu hermano pudiera ir a la casa en la que me hospedaba para amenazarme sin riesgo a que yo lo matara. ¿He acertado?
Ahora parece desconcertada. Intento zafarme de ella, pero me sujeta con más fuerza, anticipándose a mi movimiento.
-Escucha – dice con una voz llena de paciencia y de comprensión, lo que me desconcierta – No sé por qué mi hermano fue a verte. Lo único que sé es que mantengo todo lo que te dije esos dos días y quiero que cuando te hablen de mí no pienses en Atalanta la vigilante, sino en la chica que te dio consejos, unos consejos que sigue manteniendo.
-Tú mataste a Will y Cassy.
-¿Te refieres a los chicos que no dejaban de idear formas para acabar con tu vida? Sí, yo los maté. Y no me arrepiento, Gale.
Me aparto un poco de ella, lo justo para mirarla a la cara. No sé arrepiente, por supuesto que no. Es una vigilante. Tiene el ceño fruncido y los labios son una fina línea roja oscura. Es la misma expresión que ponía Katniss cuando apuntaba con el arco a una presa. Concentración. Y es la expresión que debería hacerme confiar en Atalanta, pero no es suficiente, aunque supongo que si quiere contarme algo no podrá hacerlo aquí.
-Por eso conseguiste vídeos de los Juegos que no fueron transmitidos en el Capitolio, ¿no? Porque eres una vigilante. - asiente sin apartar la mirada – Entonces, me ayudaste a ganar – vuelve a asentir, casi imperceptiblemente - ¿Por qué?
Abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla, como si estuviese meditando sobre qué decir. Esto me hace dudar de ella. ¿Estará inventándose algo que me vea obligado a creer? No le costaría trabajo, pues es una de las personas que más me conoce. Tal vez su misión era mantenerme con vida porque así lo quería el Presidente Snow. Tal vez él quería desde el principio que uno de los dos saliese con vida para mostrarnos a los distritos como un claro ejemplo de lo que ocurre al desobedecer las normas. Sin familia. Sin amigos. Convertido en un peligro. Y esta noche le he dado algo más: sin amor.
Sin embargo no es eso lo que dice, es algo que no comprendo del todo. Ni yo, ni ella.
-No lo sé.
Ambos nos detenemos al mismo tiempo. La gente sigue bailando a nuestro alrededor, pero nosotros permanecemos en el centro, inmóviles, mirándonos el uno al otro y esperando a que el de enfrente baje la mirada. Y entonces la entiendo. No conozco las razones, pero es su mirada, sin miedo a nada, segura de sí misma, la que me obliga a creer en ella. A pensar que, independientemente de lo que la haya llevado a ello, sólo intentaba ayudarme. Somos dos personas defendiendo ideas diferentes y, el primero en apartar la mirada, soy yo.
Ella ha ganado.
-Tengo que marcharme – dice. Me coge del brazo, esta vez con menos fuerza, y me saca del bullicio de los bailarines. Comprueba la hora en un reloj de pulsera dorado y después empieza a hablar muy rápido - Mi plan hoy era observarte desde lejos, que no me reconocieras. Pero mi hermano no parecía conforme. Si te ha llevado hasta donde estaba yo es porque sabe que nunca me muestro ante las personas a las que ayudo. Él no sabe lo que ocurrió allí, pero sabía que si nos presentaba te desconcertaría. Así que no dejes que eso pase y sigue concentrado en lo que sea que deberías estarlo ahora mismo. Quiero que estés pendiente de los relojes, son muy importantes, ¿de acuerdo? - se desabrocha el reloj dorado de la muñeca y me lo entrega – Termina de atar cabos, ¿lo has entendido? - asiento – No puedo contarte más, es demasiado arriesgado. Sólo quiero que vigiles las horas.
Se aleja un poco de mí y toma una profunda bocanada de aire. Se pasa las manos por el pelo, solucionando hasta la última imperfección. Después me tiende la mano.
-Ha sido un placer conocerte en persona, Gale Hawthorne. Algo me dice que volveremos a vernos muy, muy pronto.
Acepto su saludo y, antes de darme tiempo de despedirme, se da la vuelta y sale por una de las puertas que hay en la gran sala.

-¡Gale! Aquí estás. Llevo horas buscándote. - estaba a punto de dormirme cuando me sorprende la chillona voz de Effie, seguida de Portia, mi equipo de preparación y dos agentes de la paz que llevan a un Haymitch borracho e incapaz de permanecer en pie – Tenemos que volver a casa. Espero que hayas disfrutado de la fiesta.
Asiento mientras me uno al grupo, que desfila entre la gente intentando llegar hasta las dobles puertas de la sala. Madox está delante de mí. Me pregunto si debería decirle que he conocido a Atalanta y que sé que es vigilante. Pero descarto la opción. ¿Y si Madox no conoce esa identidad de la chica que iba con él a clases? Lo podría meter en más problemas de los que ya lo he metido esta noche, y no sería muy buena idea teniendo en cuenta todo lo que ha hecho y podría hacer por mí.

El viaje en tren dura dos días debido a un problema mecánico. Así que tenemos que realizar una parada durante toda la mañana del segundo día de viaje. Effie está histérica y no deja de dar vueltas por los pasillos y asomarse a las ventanas para decirle a los mecánicos que se den prisa. No entiende que llamándolos cada dos minutos para comprobar cómo van los arreglos no hace más que entorpecer su trabajo.
Yo permanezco en mi compartimento y sólo salgo para las horas de la comida, en las cuales ni siquiera como mucho.
Las cosas están cambiando. Primero, el Capitolio nos mandó a mí y a Katniss a los juegos para mostrar lo que ocurriría si seguían sin cumplir sus normas; después, Portia me ayudó a llevar pruebas de lo que significa libertad al resto de distritos. Las cartas de los antiguos vencedores también son puntos importantes, por no hablar de la nota de Haymitch. Mi familia sigue viva… o al menos parte de ella. En último lugar, está Atalanta. Lo normal sería que desconfiara de ella. No sólo es una vigilante, sino que también es la hermana del Vigilante Jefe, un hombre que no ha dejado de amenazarme desde que empecé los juegos. Sin embargo, había algo en la mirada de Atalanta que no me permitía desconfiar de ella.
Cuando al fin llegamos al Distrito 12, ocurre algo extraño. En cuanto bajamos del tren, nos meten casi a empujones en un coche que nos lleva a la puerta de atrás del Edificio de Justicia. Cuando bajamos, el alcalde nos conduce a un comedor donde ya han preparado los banquetes. Nos comunican que se ha cancelado los eventos que tenían lugar fuera del edificio. Durante la cena, intento buscar a Madge para que me diga algo sobre lo ocurrido, pero no hay rastro de ella. Al final, decido hacer lo que he hecho en todos los distritos: sentarme frente a un reloj de madera bastante lujoso que hay colgando en una de las paredes. Los minutos pasan, las horas se convierten en años y, finalmente, llegan las doce. Ahora, Atalanta debe estar ocupando el lugar frente a las cámaras que controlan todo Panem. Ahora mismo, hace una semana, algún vencedor se habría acercado a mí y me hubiera entregado la nota. ¿Por qué a las doce? ¿No soy el único que confía en Atalanta? Tal vez sólo sea eso por lo que confío en ella, porque el resto de vencedores parecía confiar en ella también. Aunque tal vez sólo fuesen coincidencias y todo esté pasando en mi cabeza.
Pero no todo está en mi cabeza. Está pasando algo extraño y una hora después de las doce, me lo confirman. Un grupo de agentes de la paz nos escolta a mí y a Haymitch a la Aldea de los Vencedores. Forman amplios grupos a ambos lados de nosotros, por lo que nos impiden ver lo que sucede en las calles. Pero no me hacen falta los ojos para saber lo que ocurre. La ausencia de sonidos y el chirrido de las ventanas al cerrarse me confirma que todo el mundo está en sus casas. No nos dejan hablar, ni despedirnos; simplemente nos separan a mí a mi antiguo mentor y cierran las puertas de nuestras casas. Intento asomarme a una ventana de la planta de arriba, buscar algo que me ayude a conocer la situación actual del distrito, pero ya sea por la extensa niebla o porque no hay ni una sola luz encendida en el distrito, mis ojos no consiguen descubrir nada.
Al día siguiente, cuando me despierto, ha nevado. Y esto es lo peor que podría pasarle ahora al Distrito 12, sobre todo por la noticia que me da Haymitch por teléfono: han cancelado los suministros de comida que mi distrito había conseguido por mi victoria en los juegos. El distrito no tiene ninguna forma de conseguir alimento.
Los días siguen pasando y sólo hay una cosa que me mantiene cuerdo: trampas. Con lo que recogí antes de marcharme a la Gira de la Victoria, consigo hacer decenas de trampas. Unas conocidas de siempre y otras aprendidas en los juegos, incluso preparo una de mi propia invención que atraviesa al animal desde abajo.
Pero la preocupación sigue atormentándome. Cada vez que intento salir de la casa, me encuentro a una agente de la paz camuflado con la nieve que acaba metiéndome dentro  antes incluso de que me dé cuenta de donde estaba escondido. Intento hablar con ellos, gritarles que me dejen salir, pero es inútil. Mis días se convierten en una rutina, en un encarcelamiento... Hasta que recibo la ropa del tren. Es entonces cuando recuerdo la carta del Distrito 2. Espero a que lleguen las doce de la noche para leerla escondido entre las sábanas, con la ayuda de los escasa luz que entra bajo las espesas mantas. La letra es pulcra y clara, de mujer.
"Cuando Clove era pequeña, encontró un gato al otro lado de la alambrada. Era un gato salvaje, negro; pero Clove se enamoró de él en cuanto lo vio. Intentó con todos sus esfuerzos hacerlo pasar al otro lado de la alambrada y, finalmente, lo consiguió. Sin embargo, el gato no salió ileso. Fue ella misma la que le cosió la herida del labio, aunque claro, ella no era médica. Todos los gatos odiaban a Philip, bien por su herida o porque procedía del bosque. El caso es que Clove quiso darle a entender que él no era raro y, un día, la encontramos sangrando con un cuchillo en la mano. Cortar a la gente se convirtió en una seña de identidad para ella. Marcaba a todos aquellos en los que confiaba, como la familia, como Cato, y como tú.
Confiaba en ti. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, ten esto presente.
Véngala por nosotros."
Al final de la nota, hay escrito en letra diminuta y temblorosa: "Philip murió el mismo día que ganaste los juegos".
El mismo día que murió Clove. Inconscientemente me llevo la mano a mi labio inferior, justo donde está mi cicatriz. Así que fue eso, Clove llegó hasta la planta 12 por la noche y me hizo esto porque confiaba en mí. Ahora la pregunta es cómo logró subir arriba. Lo hizo una vez, pasa avisarme de lo que había ocurrido con los chicos del Distrito 8. ¿Pero la dejarían subir y hacerme un corte? La pregunta es tan lógica que no tengo dudas. Seguramente Seneca o el propio Snow le dieron permiso para hacer lo que se le antojara con nosotros. Y ella los había engañado. No había subido para asustarme. De algún modo o de otro Clove sabía lo que iba a pasar, y estaba decidida a hacerme saber que ella confiaba en mí. Y ahora la pregunta es: ¿por qué?
Esa es la pregunta que no desaparece de mi cabeza durante semanas. Y solo soy capaz de quitármela un día, cuando, al otro lado de la ventana del dormitorio, veo la figura de Haymitch moverse por su salón. Bajo corriendo las escaleras sin hacer ruido y me acerco a una de las ventanas del salón, la abro y asomo la cabeza. Hay varios agentes de paz en mi jardín pero, si soy rápido y sigiloso, puedo lograr cruzarlo sin hacer ruido. Pero no puedo abrir la ventana si Haymitch no me abre, aunque si no lo intento ahora no tendré más oportunidades. Así que salto por la ventana y caigo sobre la nieve, que ya tiene medio metro de altura. Esto dificulta los cinco metros que me separan de la ventana. Por suerte, justo en mitad, hay un gran arbusto que puede ocultarme. La nieve atraviesa el tejido de mis pantalones y me hiela las piernas. Con el sigilo con el que cazaba en el bosque, me arrastro por la nieve y me pego a la pared de la casa de mi antiguo mentor. Doy unos suaves golpes en la ventana y escribo en el cristal "En silencio", esperando que Haymitch pueda leerlo en la superficie empañada. Y supongo que lo hace, pues abre la ventana con gran sigilo, pero no lo suficiente. El agente de la paz que está más cerca se gira y comienza a buscar con la linterna el origen del ruido. Rápidamente salto a la ventana, justo cuando la luz me alcanza, y entro en la casa en el momento en el que suena el disparo. Maldigo en voz alta mientras busco a Haymitch con la mirada. Está junto a la ventana, más pálido de lo normal.
-¿Se puede saber por qué nos han encerrado?
-No debería importarnos - contesta, y camina hacia el centro de la sala con la botella de licor en la mano.
-¡Escucha! - Le grito.
-No, Gale. Escucha tú. Desde que decidiste saltarte las normas la vigilancia se ha incrementado. Han encontrado a los padres de Cassy y Will muertos, se han suicidado. Más nos vale seguir las normas que están dictadas si no queremos acabar mal, Gale.
En ese momento cede la puerta, que ha estado siendo golpeada desde que entré por la ventana. Tres agentes de la paz entran. Dos de ellos me agarran por los brazos y el tercero me apunta con una pistola. Me arrastran fuera de la casa sin dirigirle una mirada a Haymitch. Me han encerrado en la casa tantas veces que ya ni me molesto en resistirme, pero esta vez pasan al lado de la puerta como si no la vieran.
-¿No me vais a encerrar?
Ninguno me contesta.
Seguimos caminando, salimos de la Aldea de los Vencedores y finalmente llegamos a la plaza que, por primera vez desde hace mucho, está iluminada. Me percato de que no la he visto desde que me marché a la gira y, en cuanto entramos, me quedo petrificado. Está diferente, muy diferente. Hay cientos de objetos metálicos y no tengo que fijarme mucho para distinguir lo que es una horca. ¿Cuántas personas habrán sido torturadas y asesinadas en la plaza desde que me marché?
Se detienen en una jaula de hierro que me llega hasta la altura de la cintura, abren la puerta y me obligan a entrar.
-Ya que no te gusta estar en tu casa, - dice el que me ha apuntado con la pistola durante todo el camino -  vas a pasar la noche aquí.
Y se van.
Empiezo luchando contra el metal, intentando romper el candado, hasta que las manos se me entumecen y me es imposible mover los dedos. Finalmente, decido hacerme una bola en una de las esquinas e intentar no morir esta noche de frío.

Pasaba noches en el bosque con Katniss cuando nevaba. Íbamos allí, desesperados por cazar cualquier cosa con las que las extremas temperaturas no hubiesen acabado. No sentábamos al abrigo de las rocas, ocultándonos del helado viento y tapados con todas las mantas que había en nuestras casas, donde los fuegos de las chimeneas permanecían encendidos toda la noches, y nos sentábamos a esperar a alguna ardilla, alguna lechuza o a cualquier animal que estuviese dispuesto a salir por la noche.
Puede que sea la falta de esas mantas, o la falta de Katniss como compañía, lo que hace que esta sea la peor noche de mi vida. No pego ojo, de eso estoy completamente seguro. Hay un momento de la noche, en el que me invaden los temblores que he intentado contener. Justo cuando creo que he llegado a un punto cercano a la muerte los temblores cesan y recupero la respiración. Noto una presencia a mi lado, familiar, reconfortante.
-Katniss - susurro medio inconscientemente, bien por el frío o bien por mi falta de cordura. Tal y como esperaba, no obtengo respuesta.
No sé cuánto tiempo transcurro con los ojos cerrados, la cabeza enterrada entre mis piernas y la espalda apoyada sobre los fríos barrotes, cuando empiezo a oír las voces, los murmullos y después, por encima de todas ellas, la grave voz.
-¡Estas son las consecuencias - la voz, a pesar de grave, es más fría que el hielo que cubre mi cuerpo - de revelaros ante la ley! ¡Esto - poco a poco abro los ojos. Todo sigue a oscuras aunque seguramente sea porque el cielo está tan nublado como lo ha estado estas últimas semanas - es lo que os espera a cada uno de vosotros si no colaboráis! Y ahora, id a trabajar.
Pasos. Hago un gran esfuerzo por levantar la cabeza y entonces los veos: los habitantes del distrito. Más delgados que nunca, enfermos, con delgados abrigos que los cubren del frío infernal y llenos de miedo. Los hombres pasan al lado de mi celda, de camino a las minas, mientras que el resto me observa con los ojos bien abiertos. Poco a poco, todos se marchan. Todos, excepto dos personas. Madge se acerca corriendo y pasa las manos por los barrotes para aferrarse a las mía, que deben estar heladas. Está diferente. Está más grande y guapa. Tiene un moratón en la ceja derecha y un corte en la barbilla. La sigue Peeta, que se agacha junto a ella.
-Gale, estás helado.
-Es lo normal, ha pasado aquí la noche. Toma - Peeta se quita sus guantes y me los da a través de los barrotes.
-¿Qué ha pasado? – pregunta Madge mientras me quita los guantes y comienza a soplar entre nuestras manos. El contacto con el aire es agradable.
Abro la boca y me dispongo a hablar, pero sólo consigo un castañeteo de dientes.
-Intenta hablar, por favor. Te necesitamos, todo el distrito te necesita. Todo ha empeorado, han aumentado la seguridad.
-¿Qu- Qué?
-Madge - susurra Peeta, esperando que no lo oiga. Sin embargo, mi oído no ha sufrido daños esta noche - ni siquiera él está bajo protección.
-Gale - continúa Madge ignorándolo - No sabemos qué hacer.
-Huid. - Cada palabra es como si me clavaran algo en el estómago, algo frío y puntiagudo.
Madge agacha la cabeza, apenada y la mueve de un lado a otro.
-Es imposible - dice Peeta.

-Gale, han electrificado la alambrada.