¿Alguna vez te has preguntado que hubiera pasado si Effie Trinket hubiera sacado una de las cuarenta y dos papeletas que contenían el nombre de Gale Hawthorne en la Cosecha? Todos sabemos que no fue así pero, en un principio diferente, Gale se levanta como cada día y sale a cazar junto a su mejor amiga, Katniss Everdeen. Pero a la hora de dormir, la cama de Gale resultará extraña para él, y más aún los lujos de los que ahora tiene la oportunidad de disfrutar.
sábado, 21 de diciembre de 2013
viernes, 20 de diciembre de 2013
Capítulo 13. La rebelde
Electrificado. Han electrificado la alambrada. La única salida de este lugar se ha cerrado a cal y canto. No hay escapatoria, sólo podemos quedarnos y sufrir lo que nos espera.
-¿Quién está ahí? - interrumpe una voz grave el silencio que se ha creado.
-Corre Peeta - le urge Madge. Peeta se levanta y sale de la plaza corriendo.
-¡Tú! - grita la voz.
Oigo sus pasos. Intento girarme pero Madge me lo impide. Me sujeta las manos con fuerza y me pone los guantes de Peeta, poco a poco, mis manos recuperan la movilidad.
-Están torturando a la gente, Gale. Cada día. Todos mueren de hambre e incendiaron el Quemador. Han cancelado las clases y la mina ha estado cerrada desde que te fuiste. La abrieron ayer.
-¡Tú! - Vuelve a gritar la voz, esta vez más cerca aún - ¿Quieres volver a estar atada al poster de los latigazos?
Una expresión de dolor cruza la cara de Madge.
-¡Ya ha terminado su castigo! Ha pasado toda la noche aquí. – grita Madge sin apartar la mirada de mis ojos.
-¿Perdona? – pregunta la voz. Ahora veo sus zapatos, así que levanto la mirada y me encuentro con un agente de la paz. – Esto le va a gustar Romulus – comenta con tono divertido.
Madge abre muchísimo los ojos, después el agente de la paz la coge de un brazo y apunta a su cabeza con la pistola. Madge se resiste al principio, pero finalmente se deja llevar, aunque no se lo pone fácil. Deja el peso muerto y el agente acaba arrastrándola por la nieve. De repente, todas las palabras que no podía decir por el frío salen de mi garganta. Insulto al agente de la paz y le grito que la suelte, pero supongo que no me hace caso, porque acabo perdiéndolos de vista. Han azotado a Madge. La simple idea hace que me hierva la sangre. La adorable y dulce Madge no puede haber sido torturada. Es la hija del alcalde, aunque supongo que eso no tiene tanta importancia.
No tardan mucho en regresar. Pero esta vez no es un par de pisadas las que se aproximan, sino dos. Al llegar a mi altura, el otro agente de la paz se agacha y entra en mi campo de visión.
Puede que tenga cuarenta años. Tiene la cara seca y llena de arañazos y cicatrices.
-Vaya, vaya - dice divertido. Es el hombre que antes estaba amenazando al distrito, poniéndome como ejemplo de lo que les ocurrirá. - Ya has despertado. - Después se levanta y se gira para mirar al agente de la paz que sujeta a Madge. -¿Otra vez causando problemas, Undersee?
Lo siguiente que oigo es a alguien escupir y un fuerte golpe. Ni si quiera lo he visto, pero me agarro a los barrotes y empiezo a tirar de ellos mientras grito.
-¡Déjala en paz! ¿Me oyes? ¡NO LA TOQUES!
-Señor, - comienza el otro vigilante - la chica cree que el prisionero ya ha recibido su castigo.
-¿Ah, sí? ¿Eso crees, Undersee? Está bien, lo soltaré si es lo que quieres. Tú ocuparás su lugar.
La puerta de la jaula se abre y alguien me coge del brazo y tira de mí. Intento agarrarme con todas mis fuerzas a la jaula, pero al final mis dedos se resbalan. Cuando salgo soy incapaz de mantenerme en pie. Se han acercado más agentes de la paz y los vecinos de la plaza han salido a las puertas de su casa. Entre varios agentes de la paz me alejan de la jaula y me obligan a ponerme en pie, debo de tener los huesos congelados. Veo como el agente de la paz que responde al nombre de Romulus forcejea con Madge para meterla dentro de la jaula. Lleva el uniforme del jefe de los agentes de la paz, me pregunto que habrá pasado con Gray.
Madge sigue resistiéndose y al final, Romulus le da un puñetazo en la cara. Madge grita y yo me lanzo hacia el hombre que le acaba de pegar. Por suerte, pillo desprevenidos a los agentes de la paz, así que nadie me detiene antes de que le pegue un puñetazo. Apenas se inmuta, aunque la nariz comienza a sangrarle. Madge, en el suelo, me sujeta de una pierna y me pide que me vaya, pero no le hago caso, sino que me pongo entre ella y Romulus.
En cuestión de tres segundos tengo a todos los agentes de la paz apuntándome con sus pistolas, esperando recibir una orden.
-No vuelvas a hacer eso - me dice con cautela.
-¿O qué? ¿Vas a matarme? - Noto como sus ojos arden de rabia. - Mátame. Lo estoy deseando. - Susurro.
Es entonces cuando saca su arma de la pistolera. Pero no me apunta a mí, sino que apunta hacia el suelo y dispara.
El grito rasga el aire. Me doy la vuelta y veo a Madge, tirada en el suelo y agarrándose el brazo derecho. Tiene la mano y la chaqueta empapadas en sangre y por la punta de los dedos de sus manos caen gotas rojizas que se mezclan con la tierra de la plaza. Me doy la vuelta dispuesto a arremeter de nuevo contra Romulus. De nuevo siento como si estuviera en los juegos, deseando acabar con la vida de la persona que tengo frente a mí. Y arremetería contra él si no fuera por sus siguientes palabras:
-La próxima vez que cometas un error, la bala atravesará su cabeza.
Una amenaza directa.
Vuelvo a girarme para mirar a Madge. Intenta ocultar el dolor sacando toda la rabia que tiene. Desvío la mirada y cuento hasta diez. Después, giro la cabeza para enfrentarme a Romulus.
-No tendrás más problemas conmigo.
-Eso ya lo sabía. - dice sonriendo sádicamente. Después, le hace un gesto a los agentes de la paz que hay a mi espalda - Será mejor que te la lleves y hagas algo con ese brazo.
Espero a que se vayan. Todos. Los agentes de paz y las personas que han ido a la plaza para ver qué pasa. Después me agacho y cojo a Madge en brazos como puedo.
-¿Dónde te llevo? - Pregunto, intentando no mostrarme asustado. - ¿A tu casa?
-¡No! - Exclama lo más alto que puede - A mi casa no por favor. No lo soportará.
No sé a lo que se refiere, aunque supongo que será a su madre, enferma con jaqueca. Así que emprendo el camino a la Aldea de los Vencedores.
Mi casa sigue rodeada de agentes de la paz, pero ninguno me impide entrar con Madge en brazos. Cuando la dejo encima del sofá está muy pálida.
-Madge - susurro, pues tiene los ojos cerrados - ¿qué hago?
-Sácame la bala. - Su voz es áspera.
-No tengo nada con qué dormirte, Madge. No soy médico.
-¡Sácala!
Corro a la cocina, donde guardo botellas de alcohol. Una vez, Ripper dejó de vender alcohol y Haymitch se convirtió en un vecino horrible que no dejaba de gritar, desde entonces tengo una botella para emergencias y, aunque seguramente Haymitch la necesitará pronto, ahora me parece mucho más importante.
Derramo parte del contenido sobre la herida de Madge, que se muerde el labio para no gritar de dolor. Después busco entre los cubiertos hasta que encuentro lo que parecen unas pinzas alargadas.
-Lo siento, Madge - susurro antes de introducir el artilugio que el proyectil ha dejado en su brazo.
Durante los próximos cinco minutos hago un gran esfuerzo por no escuchar los gritos, sacar la bala y mantener a Madge quieta en el sitio. No tarda en desmayarse por el dolor. Termino poco después, cosiendo y cerrando la herida. La limpio como puedo y la vendo con cuidado. A continuación, con una toalla húmeda, me entretengo en limpiar los restos de sangre que recorren el brazo de la hija del alcalde y le quito la chaqueta empapada en sangre. Las camisetas de debajo están igual, pero supongo que ya tendrá tiempo de limpiarlas. Por último, cojo a Madge y la subo a mi dormitorio, donde la acuesto con cuidado y le seco los restos de lágrimas de la cara.
Cuando bajo al salón, limpio el sofá y recojo todo lo que he utilizado. Debería darme un baño, pues estoy lleno de sangre, pero opto por sentarme en el suelo, apoyar la cabeza contra la pared y quedarme dormido. Ni siquiera sé cómo lo consigo después de todo lo que ha pasado, de todo lo que he descubierto esta mañana. Hace tan sólo doce horas estaba escapando de este lugar en el que vuelvo a verme encerrado.
Me despierto tiritando. La habitación se encuentra completamente a oscuras, lo que significa que ya ha anochecido. Antes de nada, decido subir a darme un baño, para quitarme el frío del cuerpo.
Al entrar en mi habitación me encuentro con Madge tumbada en la cama. Al verla así siento más frío del que me invade ya de por sí. Cojo ropa limpia y entro en el cuarto de baño sin hacer ruido.
El agua caliente alivia el dolor. Lanzo un profundo suspiro y decido llenar la bañera. Me quedo sumergido en ella durante horas, hasta que el último centímetro de mi cuerpo está arrugado. Es entonces cuando salgo del agua.
Al regresar a la habitación me siento en el borde de la cama y observo a Madge con atención. Poco a poco comienza a amanecer, lo que significa que hemos dormido cerca de veinticuatro horas. Si no fuera por los movimientos de su pecho al tomar aire, pensaría que está muerta. Decido despertarla con delicadeza, pero pasados unos minutos mis tripas empiezan a rugir y pierdo la paciencia. Bajo a preparar algo de comer para ambos, aunque dudo que Madge se despierte en todo el día. Sin embargo, cuando regreso a la habitación, la encuentro sentada en el borde de la cama, mirando en dirección a la ventana.
-Ni se te ocurra levantarte – le digo, sobresaltándola.
-Gale... - susurra .- ¿Seguimos en tu casa?
-Sí – asiento.
Me siento junto a ella y le pongo delante el desayuno, que consiste en algo de pan duro con carne y queso y un plato de caldo. Al verlo, mira la comida con desaprobación y repugnancia.
-¿No es suficiente para ti? - pregunto bastante molesto, pues aunque ahora puedo acceder a todo tipo de comida, sigo apreciando demasiado su valor.
Me mira a los ojos con algo de sorpresa antes de susurrarme:
-Es demasiado. No tengo nada de apetito, Gale.
Sus palabras, su tono de niña pequeña y herida, hace que mi enfado se esfume. Le acaban de disparar y yo esperaba que estuviera deseando comer. Parece que haya olvidado todo lo que he aprendido estos años atrás.
-Lo siento – digo, pegándole un bocado a mi trozo de pan.
-No lo sientas – contesta. - Gracias a ti no me he desangrado.
-¿Te duele? - pregunto, incapaz de levantar la mirada del suelo.
-Duele bastante.
-Tal vez debería echarle un vistazo.
Le quito la venda con cuidado y me encuentro con una zona en la que el color morado, negro y rojo luchan por predominar. Las irregulares puntadas de hilo tampoco ayudan a mejorar el aspecto. Por suerte, he traído algo de alcohol con el desayuno y, antes de que se de cuenta, le echo un poco en la zona. Madge lanza un grito y se levanta de un salto. Se cubre la herida con su mano y me mira aterrada.
-Tenía que hacerlo – digo.
Tarda unos segundos en volver a sentarse a mi lado y, esta vez, coge una cucharada de caldo. Es en ese instante cuando me doy cuenta de lo pálida que está.
-Madge – comienzo – necesito que me expliques algunas cosas.
-¿Como cuál? - pregunta cogiendo otra cucharada. De repente parece haber encontrado su apetito.
-¿Has causado problemas mientras yo estaba fuera?
-Demasiados – comenta algo divertida, aunque en su tono también hay algo de tristeza e incluso de terror.
-¿Qué te hicieron?
Sus ojos se levantan antes incluso de que termine de formular la pregunta. Se le humedecen en cuestión de milésimas de segundo y, a continuación, se quita la camiseta dejando al aire una espalda llena de cicatrices que aún no se han curado.
-Latigazos – susurro, acariciando su espalda casi inconscientemente.
-Diez – susurra.
De repente noto de nuevo la sensación y tengo que respirar profundamente para no perder el control.
-No puedo creerlo – digo mientras se vuelve a poner la camiseta, intentando contener la rabia – Eres la hija del alcalde.
-¿Y qué? - explota. - ¡Sigo siendo una ciudadana del doce que pasa hambre, Gale! Ya te lo expliqué en el cementerio. Creen que yo no he sufrido los juegos. ¡Pero mi madre está enferma por ellos! - se deja caer en la cama después de haberse levantado – Es como si no tuviera madre, y todo porque le arrebataron a su hermana, Gale.
Sé que no sirve de nada pedirle perdón, así que cambio de tema.
-¿Qué opina tu padre? - pregunto.
-No lo he visto – dice y, al levantar la mirada, veo un brillo especial en los ojos. Un brillo demasiado familiar. El mismo brillo que tenía Katniss cuando quedábamos para ir al bosque, cuando sabía que debía romper una norma establecida por el Capitolio – En cuanto dejaron de darme latigazos fui a casa de Katniss, en la Veta. Como sabrás, no hay nadie – al oír esto en boca de otra persona, todo se hace más real – Pero sus vecinos me ayudaron. Me curaron un poco y me dieron de comer. He estado viviendo en casa de los Everdeen desde entonces. Ahora todos los del doce me ven diferente.
Por supuesto que la ven diferente. Siempre la han tenido como la protegida hija del alcalde, pero ahora es una chica que desafía al Capitolio, que recibe latigazos, a la que han disparado... Ahora es una luchadora más, una superviviente. Nosotros no contamos los días que nos quedan por vivir, sino los que llevamos vividos y, ahora, ella también. Es una rebelde. Pero las palabras son demasiado peligrosas como para decirlas en voz alta. Sin embargo, no puedo dejar que sigan haciéndole daño. No sabe hasta qué punto están dispuestos a aguantar los agentes. Aún tiene que aprender y yo estoy dispuesto a enseñarle.
-Madge – susurro – Vas a quedarte aquí, ¿de acuerdo?
-¿Quién está ahí? - interrumpe una voz grave el silencio que se ha creado.
-Corre Peeta - le urge Madge. Peeta se levanta y sale de la plaza corriendo.
-¡Tú! - grita la voz.
Oigo sus pasos. Intento girarme pero Madge me lo impide. Me sujeta las manos con fuerza y me pone los guantes de Peeta, poco a poco, mis manos recuperan la movilidad.
-Están torturando a la gente, Gale. Cada día. Todos mueren de hambre e incendiaron el Quemador. Han cancelado las clases y la mina ha estado cerrada desde que te fuiste. La abrieron ayer.
-¡Tú! - Vuelve a gritar la voz, esta vez más cerca aún - ¿Quieres volver a estar atada al poster de los latigazos?
Una expresión de dolor cruza la cara de Madge.
-¡Ya ha terminado su castigo! Ha pasado toda la noche aquí. – grita Madge sin apartar la mirada de mis ojos.
-¿Perdona? – pregunta la voz. Ahora veo sus zapatos, así que levanto la mirada y me encuentro con un agente de la paz. – Esto le va a gustar Romulus – comenta con tono divertido.
Madge abre muchísimo los ojos, después el agente de la paz la coge de un brazo y apunta a su cabeza con la pistola. Madge se resiste al principio, pero finalmente se deja llevar, aunque no se lo pone fácil. Deja el peso muerto y el agente acaba arrastrándola por la nieve. De repente, todas las palabras que no podía decir por el frío salen de mi garganta. Insulto al agente de la paz y le grito que la suelte, pero supongo que no me hace caso, porque acabo perdiéndolos de vista. Han azotado a Madge. La simple idea hace que me hierva la sangre. La adorable y dulce Madge no puede haber sido torturada. Es la hija del alcalde, aunque supongo que eso no tiene tanta importancia.
No tardan mucho en regresar. Pero esta vez no es un par de pisadas las que se aproximan, sino dos. Al llegar a mi altura, el otro agente de la paz se agacha y entra en mi campo de visión.
Puede que tenga cuarenta años. Tiene la cara seca y llena de arañazos y cicatrices.
-Vaya, vaya - dice divertido. Es el hombre que antes estaba amenazando al distrito, poniéndome como ejemplo de lo que les ocurrirá. - Ya has despertado. - Después se levanta y se gira para mirar al agente de la paz que sujeta a Madge. -¿Otra vez causando problemas, Undersee?
Lo siguiente que oigo es a alguien escupir y un fuerte golpe. Ni si quiera lo he visto, pero me agarro a los barrotes y empiezo a tirar de ellos mientras grito.
-¡Déjala en paz! ¿Me oyes? ¡NO LA TOQUES!
-Señor, - comienza el otro vigilante - la chica cree que el prisionero ya ha recibido su castigo.
-¿Ah, sí? ¿Eso crees, Undersee? Está bien, lo soltaré si es lo que quieres. Tú ocuparás su lugar.
La puerta de la jaula se abre y alguien me coge del brazo y tira de mí. Intento agarrarme con todas mis fuerzas a la jaula, pero al final mis dedos se resbalan. Cuando salgo soy incapaz de mantenerme en pie. Se han acercado más agentes de la paz y los vecinos de la plaza han salido a las puertas de su casa. Entre varios agentes de la paz me alejan de la jaula y me obligan a ponerme en pie, debo de tener los huesos congelados. Veo como el agente de la paz que responde al nombre de Romulus forcejea con Madge para meterla dentro de la jaula. Lleva el uniforme del jefe de los agentes de la paz, me pregunto que habrá pasado con Gray.
Madge sigue resistiéndose y al final, Romulus le da un puñetazo en la cara. Madge grita y yo me lanzo hacia el hombre que le acaba de pegar. Por suerte, pillo desprevenidos a los agentes de la paz, así que nadie me detiene antes de que le pegue un puñetazo. Apenas se inmuta, aunque la nariz comienza a sangrarle. Madge, en el suelo, me sujeta de una pierna y me pide que me vaya, pero no le hago caso, sino que me pongo entre ella y Romulus.
En cuestión de tres segundos tengo a todos los agentes de la paz apuntándome con sus pistolas, esperando recibir una orden.
-No vuelvas a hacer eso - me dice con cautela.
-¿O qué? ¿Vas a matarme? - Noto como sus ojos arden de rabia. - Mátame. Lo estoy deseando. - Susurro.
Es entonces cuando saca su arma de la pistolera. Pero no me apunta a mí, sino que apunta hacia el suelo y dispara.
El grito rasga el aire. Me doy la vuelta y veo a Madge, tirada en el suelo y agarrándose el brazo derecho. Tiene la mano y la chaqueta empapadas en sangre y por la punta de los dedos de sus manos caen gotas rojizas que se mezclan con la tierra de la plaza. Me doy la vuelta dispuesto a arremeter de nuevo contra Romulus. De nuevo siento como si estuviera en los juegos, deseando acabar con la vida de la persona que tengo frente a mí. Y arremetería contra él si no fuera por sus siguientes palabras:
-La próxima vez que cometas un error, la bala atravesará su cabeza.
Una amenaza directa.
Vuelvo a girarme para mirar a Madge. Intenta ocultar el dolor sacando toda la rabia que tiene. Desvío la mirada y cuento hasta diez. Después, giro la cabeza para enfrentarme a Romulus.
-No tendrás más problemas conmigo.
-Eso ya lo sabía. - dice sonriendo sádicamente. Después, le hace un gesto a los agentes de la paz que hay a mi espalda - Será mejor que te la lleves y hagas algo con ese brazo.
Espero a que se vayan. Todos. Los agentes de paz y las personas que han ido a la plaza para ver qué pasa. Después me agacho y cojo a Madge en brazos como puedo.
-¿Dónde te llevo? - Pregunto, intentando no mostrarme asustado. - ¿A tu casa?
-¡No! - Exclama lo más alto que puede - A mi casa no por favor. No lo soportará.
No sé a lo que se refiere, aunque supongo que será a su madre, enferma con jaqueca. Así que emprendo el camino a la Aldea de los Vencedores.
Mi casa sigue rodeada de agentes de la paz, pero ninguno me impide entrar con Madge en brazos. Cuando la dejo encima del sofá está muy pálida.
-Madge - susurro, pues tiene los ojos cerrados - ¿qué hago?
-Sácame la bala. - Su voz es áspera.
-No tengo nada con qué dormirte, Madge. No soy médico.
-¡Sácala!
Corro a la cocina, donde guardo botellas de alcohol. Una vez, Ripper dejó de vender alcohol y Haymitch se convirtió en un vecino horrible que no dejaba de gritar, desde entonces tengo una botella para emergencias y, aunque seguramente Haymitch la necesitará pronto, ahora me parece mucho más importante.
Derramo parte del contenido sobre la herida de Madge, que se muerde el labio para no gritar de dolor. Después busco entre los cubiertos hasta que encuentro lo que parecen unas pinzas alargadas.
-Lo siento, Madge - susurro antes de introducir el artilugio que el proyectil ha dejado en su brazo.
Durante los próximos cinco minutos hago un gran esfuerzo por no escuchar los gritos, sacar la bala y mantener a Madge quieta en el sitio. No tarda en desmayarse por el dolor. Termino poco después, cosiendo y cerrando la herida. La limpio como puedo y la vendo con cuidado. A continuación, con una toalla húmeda, me entretengo en limpiar los restos de sangre que recorren el brazo de la hija del alcalde y le quito la chaqueta empapada en sangre. Las camisetas de debajo están igual, pero supongo que ya tendrá tiempo de limpiarlas. Por último, cojo a Madge y la subo a mi dormitorio, donde la acuesto con cuidado y le seco los restos de lágrimas de la cara.
Cuando bajo al salón, limpio el sofá y recojo todo lo que he utilizado. Debería darme un baño, pues estoy lleno de sangre, pero opto por sentarme en el suelo, apoyar la cabeza contra la pared y quedarme dormido. Ni siquiera sé cómo lo consigo después de todo lo que ha pasado, de todo lo que he descubierto esta mañana. Hace tan sólo doce horas estaba escapando de este lugar en el que vuelvo a verme encerrado.
Me despierto tiritando. La habitación se encuentra completamente a oscuras, lo que significa que ya ha anochecido. Antes de nada, decido subir a darme un baño, para quitarme el frío del cuerpo.
Al entrar en mi habitación me encuentro con Madge tumbada en la cama. Al verla así siento más frío del que me invade ya de por sí. Cojo ropa limpia y entro en el cuarto de baño sin hacer ruido.
El agua caliente alivia el dolor. Lanzo un profundo suspiro y decido llenar la bañera. Me quedo sumergido en ella durante horas, hasta que el último centímetro de mi cuerpo está arrugado. Es entonces cuando salgo del agua.
Al regresar a la habitación me siento en el borde de la cama y observo a Madge con atención. Poco a poco comienza a amanecer, lo que significa que hemos dormido cerca de veinticuatro horas. Si no fuera por los movimientos de su pecho al tomar aire, pensaría que está muerta. Decido despertarla con delicadeza, pero pasados unos minutos mis tripas empiezan a rugir y pierdo la paciencia. Bajo a preparar algo de comer para ambos, aunque dudo que Madge se despierte en todo el día. Sin embargo, cuando regreso a la habitación, la encuentro sentada en el borde de la cama, mirando en dirección a la ventana.
-Ni se te ocurra levantarte – le digo, sobresaltándola.
-Gale... - susurra .- ¿Seguimos en tu casa?
-Sí – asiento.
Me siento junto a ella y le pongo delante el desayuno, que consiste en algo de pan duro con carne y queso y un plato de caldo. Al verlo, mira la comida con desaprobación y repugnancia.
-¿No es suficiente para ti? - pregunto bastante molesto, pues aunque ahora puedo acceder a todo tipo de comida, sigo apreciando demasiado su valor.
Me mira a los ojos con algo de sorpresa antes de susurrarme:
-Es demasiado. No tengo nada de apetito, Gale.
Sus palabras, su tono de niña pequeña y herida, hace que mi enfado se esfume. Le acaban de disparar y yo esperaba que estuviera deseando comer. Parece que haya olvidado todo lo que he aprendido estos años atrás.
-Lo siento – digo, pegándole un bocado a mi trozo de pan.
-No lo sientas – contesta. - Gracias a ti no me he desangrado.
-¿Te duele? - pregunto, incapaz de levantar la mirada del suelo.
-Duele bastante.
-Tal vez debería echarle un vistazo.
Le quito la venda con cuidado y me encuentro con una zona en la que el color morado, negro y rojo luchan por predominar. Las irregulares puntadas de hilo tampoco ayudan a mejorar el aspecto. Por suerte, he traído algo de alcohol con el desayuno y, antes de que se de cuenta, le echo un poco en la zona. Madge lanza un grito y se levanta de un salto. Se cubre la herida con su mano y me mira aterrada.
-Tenía que hacerlo – digo.
Tarda unos segundos en volver a sentarse a mi lado y, esta vez, coge una cucharada de caldo. Es en ese instante cuando me doy cuenta de lo pálida que está.
-Madge – comienzo – necesito que me expliques algunas cosas.
-¿Como cuál? - pregunta cogiendo otra cucharada. De repente parece haber encontrado su apetito.
-¿Has causado problemas mientras yo estaba fuera?
-Demasiados – comenta algo divertida, aunque en su tono también hay algo de tristeza e incluso de terror.
-¿Qué te hicieron?
Sus ojos se levantan antes incluso de que termine de formular la pregunta. Se le humedecen en cuestión de milésimas de segundo y, a continuación, se quita la camiseta dejando al aire una espalda llena de cicatrices que aún no se han curado.
-Latigazos – susurro, acariciando su espalda casi inconscientemente.
-Diez – susurra.
De repente noto de nuevo la sensación y tengo que respirar profundamente para no perder el control.
-No puedo creerlo – digo mientras se vuelve a poner la camiseta, intentando contener la rabia – Eres la hija del alcalde.
-¿Y qué? - explota. - ¡Sigo siendo una ciudadana del doce que pasa hambre, Gale! Ya te lo expliqué en el cementerio. Creen que yo no he sufrido los juegos. ¡Pero mi madre está enferma por ellos! - se deja caer en la cama después de haberse levantado – Es como si no tuviera madre, y todo porque le arrebataron a su hermana, Gale.
Sé que no sirve de nada pedirle perdón, así que cambio de tema.
-¿Qué opina tu padre? - pregunto.
-No lo he visto – dice y, al levantar la mirada, veo un brillo especial en los ojos. Un brillo demasiado familiar. El mismo brillo que tenía Katniss cuando quedábamos para ir al bosque, cuando sabía que debía romper una norma establecida por el Capitolio – En cuanto dejaron de darme latigazos fui a casa de Katniss, en la Veta. Como sabrás, no hay nadie – al oír esto en boca de otra persona, todo se hace más real – Pero sus vecinos me ayudaron. Me curaron un poco y me dieron de comer. He estado viviendo en casa de los Everdeen desde entonces. Ahora todos los del doce me ven diferente.
Por supuesto que la ven diferente. Siempre la han tenido como la protegida hija del alcalde, pero ahora es una chica que desafía al Capitolio, que recibe latigazos, a la que han disparado... Ahora es una luchadora más, una superviviente. Nosotros no contamos los días que nos quedan por vivir, sino los que llevamos vividos y, ahora, ella también. Es una rebelde. Pero las palabras son demasiado peligrosas como para decirlas en voz alta. Sin embargo, no puedo dejar que sigan haciéndole daño. No sabe hasta qué punto están dispuestos a aguantar los agentes. Aún tiene que aprender y yo estoy dispuesto a enseñarle.
-Madge – susurro – Vas a quedarte aquí, ¿de acuerdo?
domingo, 1 de diciembre de 2013
Capítulo 12 - Encarcelamiento
-¿Atalanta?
Mi cabeza tarda un par de segundos en asimilarlo. Puede
haber más de una Atalanta en el Capitolio, tal vez sea una simple coincidencia.
-Típico de Seneca. Cómo le encanta hacerme esto. – dice sin
dejar de mirar cómo Seneca se aleja entre la multitud.
No. Es ella. Es la misma chica que me ayudó a intentar
conocer mejor los juegos. ¿Me ayudó? No. Me sacó información para usarla en mi
contra.
-Tú eres Atalanta. Eres una vigilante, una asesina.
-Vamos a ver. – dice, levantando las manos y volviendo la
vista hacia mí – Primero, vamos a presentarnos oficialmente. Gale, soy Atalanta
Crane – dice tendiéndome la mano.
-¿Crane? ¿Eres hija de Seneca Crane?
-¡No! – casi parece escandalizada por lo que acabo de decir.
– Sólo nos llevamos ocho años, ¿cómo va a ser mi padre? Es mi hermano.
-¿Tu qué?
-Gale, no pensarás que con veinte años he llegado a ser
vigilante por mí misma, ¿no? He de decir que tengo ideas que al resto de los
vigilantes les encantan, pero que el Vigilante Jefe sea mi hermano ayuda
bastante.
Me tapo la cara con las manos, intentando ordenar todas las
preguntas que aparecen en mi mente. Atalanta, la chica que supuestamente me
ayudó y a la que, según Madox, poca gente ve, está ahora mismo frente a mí.
Pero no me ayudó, es una vigilante, hermana del Vigilante Jefe.
-Gale… - noto su mano sobre la mía y la aparto con
violencia. – Vamos a bailar.
Entonces me agarra con más fuerza del brazo y me lleva por
entre la gente hasta un pequeño espacio en el que ambos podemos movernos. Por
suerte, Effie me enseñó a bailar. Cuando me suelta el brazo, descubro que me lo
ha dejado enrojecido.
-Eres fuerte – digo, apretando la zona colorada.
-He tenido que serlo. – dice, y aparta rápidamente la mirada
- Vamos.
Apenas soy consciente del baile. Sólo sé que me muevo al
ritmo de la música y que ambos encajamos como uno solo. Cuando consigo dejar de
mirar mis pies para encontrar el ritmo, levanto la mirada y observo los ojos
verdes que tengo delante, en busca de cualquier rastro de rencor, odio, placer…
pero no hay nada.
-Deja de mirarme, me pones nerviosa. – pero sigo mirándola,
en algún momento mostrará algo de alegría al haber sido capaz de engañarme. –
Está bien, ¿quieres preguntarme algo?
Tengo cientos de preguntas en la cabeza, pero lo único que
consigo decir es:
-Me mentiste.
-¿Me preguntaste que si era vigilante? No. Así que no te
mentí. – contesta sin sonreír.
-Cierto. Te limitaste a fingir que me ayudabas cuando en
verdad estabas sacándome información y, quién sabe, volviéndome aún más
paranoico. – abre la boca para protestar, pero la corto – Espera, tengo una
teoría más interesante. Me ayudaste a dejar de ser tan peligroso para que tu
hermano pudiera ir a la casa en la que me hospedaba para amenazarme sin riesgo
a que yo lo matara. ¿He acertado?
Ahora parece desconcertada. Intento zafarme de ella, pero me
sujeta con más fuerza, anticipándose a mi movimiento.
-Escucha – dice con una voz llena de paciencia y de
comprensión, lo que me desconcierta – No sé por qué mi hermano fue a verte. Lo
único que sé es que mantengo todo lo que te dije esos dos días y quiero que
cuando te hablen de mí no pienses en Atalanta la vigilante, sino en la chica
que te dio consejos, unos consejos que sigue manteniendo.
-Tú mataste a Will y Cassy.
-¿Te refieres a los chicos que no dejaban de idear formas
para acabar con tu vida? Sí, yo los maté. Y no me arrepiento, Gale.
Me aparto un poco de ella, lo justo para mirarla a la cara.
No sé arrepiente, por supuesto que no. Es una vigilante. Tiene el ceño fruncido
y los labios son una fina línea roja oscura. Es la misma expresión que ponía
Katniss cuando apuntaba con el arco a una presa. Concentración. Y es la
expresión que debería hacerme confiar en Atalanta, pero no es suficiente,
aunque supongo que si quiere contarme algo no podrá hacerlo aquí.
-Por eso conseguiste vídeos de los Juegos que no fueron
transmitidos en el Capitolio, ¿no? Porque eres una vigilante. - asiente sin
apartar la mirada – Entonces, me ayudaste a ganar – vuelve a asentir, casi
imperceptiblemente - ¿Por qué?
Abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla, como si
estuviese meditando sobre qué decir. Esto me hace dudar de ella. ¿Estará
inventándose algo que me vea obligado a creer? No le costaría trabajo, pues es
una de las personas que más me conoce. Tal vez su misión era mantenerme con
vida porque así lo quería el Presidente Snow. Tal vez él quería desde el
principio que uno de los dos saliese con vida para mostrarnos a los distritos
como un claro ejemplo de lo que ocurre al desobedecer las normas. Sin familia.
Sin amigos. Convertido en un peligro. Y esta noche le he dado algo más: sin
amor.
Sin embargo no es eso lo que dice, es algo que no comprendo
del todo. Ni yo, ni ella.
-No lo sé.
Ambos nos detenemos al mismo tiempo. La gente sigue bailando
a nuestro alrededor, pero nosotros permanecemos en el centro, inmóviles,
mirándonos el uno al otro y esperando a que el de enfrente baje la mirada. Y
entonces la entiendo. No conozco las razones, pero es su mirada, sin miedo a
nada, segura de sí misma, la que me obliga a creer en ella. A pensar que,
independientemente de lo que la haya llevado a ello, sólo intentaba ayudarme.
Somos dos personas defendiendo ideas diferentes y, el primero en apartar la
mirada, soy yo.
Ella ha ganado.
-Tengo que marcharme – dice. Me coge del brazo, esta vez con
menos fuerza, y me saca del bullicio de los bailarines. Comprueba la hora en un
reloj de pulsera dorado y después empieza a hablar muy rápido - Mi plan hoy era
observarte desde lejos, que no me reconocieras. Pero mi hermano no parecía
conforme. Si te ha llevado hasta donde estaba yo es porque sabe que nunca me
muestro ante las personas a las que ayudo. Él no sabe lo que ocurrió allí, pero
sabía que si nos presentaba te desconcertaría. Así que no dejes que eso pase y
sigue concentrado en lo que sea que deberías estarlo ahora mismo. Quiero que
estés pendiente de los relojes, son muy importantes, ¿de acuerdo? - se
desabrocha el reloj dorado de la muñeca y me lo entrega – Termina de atar
cabos, ¿lo has entendido? - asiento – No puedo contarte más, es demasiado
arriesgado. Sólo quiero que vigiles las horas.
Se aleja un poco de mí y toma una profunda bocanada de aire.
Se pasa las manos por el pelo, solucionando hasta la última imperfección.
Después me tiende la mano.
-Ha sido un placer conocerte en persona, Gale Hawthorne.
Algo me dice que volveremos a vernos muy, muy pronto.
Acepto su saludo y, antes de darme tiempo de despedirme, se
da la vuelta y sale por una de las puertas que hay en la gran sala.
-¡Gale! Aquí estás. Llevo horas buscándote. - estaba a punto
de dormirme cuando me sorprende la chillona voz de Effie, seguida de Portia, mi
equipo de preparación y dos agentes de la paz que llevan a un Haymitch borracho
e incapaz de permanecer en pie – Tenemos que volver a casa. Espero que hayas
disfrutado de la fiesta.
Asiento mientras me uno al grupo, que desfila entre la gente
intentando llegar hasta las dobles puertas de la sala. Madox está delante de
mí. Me pregunto si debería decirle que he conocido a Atalanta y que sé que es
vigilante. Pero descarto la opción. ¿Y si Madox no conoce esa identidad de la
chica que iba con él a clases? Lo podría meter en más problemas de los que ya
lo he metido esta noche, y no sería muy buena idea teniendo en cuenta todo lo
que ha hecho y podría hacer por mí.
El viaje en tren dura dos días debido a un problema
mecánico. Así que tenemos que realizar una parada durante toda la mañana del
segundo día de viaje. Effie está histérica y no deja de dar vueltas por los
pasillos y asomarse a las ventanas para decirle a los mecánicos que se den
prisa. No entiende que llamándolos cada dos minutos para comprobar cómo van los
arreglos no hace más que entorpecer su trabajo.
Yo permanezco en mi compartimento y sólo salgo para las
horas de la comida, en las cuales ni siquiera como mucho.
Las cosas están cambiando. Primero, el Capitolio nos mandó a
mí y a Katniss a los juegos para mostrar lo que ocurriría si seguían sin
cumplir sus normas; después, Portia me ayudó a llevar pruebas de lo que
significa libertad al resto de distritos. Las cartas de los antiguos vencedores
también son puntos importantes, por no hablar de la nota de Haymitch. Mi
familia sigue viva… o al menos parte de ella. En último lugar, está Atalanta.
Lo normal sería que desconfiara de ella. No sólo es una vigilante, sino que
también es la hermana del Vigilante Jefe, un hombre que no ha dejado de
amenazarme desde que empecé los juegos. Sin embargo, había algo en la mirada de
Atalanta que no me permitía desconfiar de ella.
Cuando al fin llegamos al Distrito 12, ocurre algo extraño.
En cuanto bajamos del tren, nos meten casi a empujones en un coche que nos
lleva a la puerta de atrás del Edificio de Justicia. Cuando bajamos, el alcalde
nos conduce a un comedor donde ya han preparado los banquetes. Nos comunican
que se ha cancelado los eventos que tenían lugar fuera del edificio. Durante la
cena, intento buscar a Madge para que me diga algo sobre lo ocurrido, pero no
hay rastro de ella. Al final, decido hacer lo que he hecho en todos los
distritos: sentarme frente a un reloj de madera bastante lujoso que hay
colgando en una de las paredes. Los minutos pasan, las horas se convierten en
años y, finalmente, llegan las doce. Ahora, Atalanta debe estar ocupando el
lugar frente a las cámaras que controlan todo Panem. Ahora mismo, hace una
semana, algún vencedor se habría acercado a mí y me hubiera entregado la nota.
¿Por qué a las doce? ¿No soy el único que confía en Atalanta? Tal vez sólo sea
eso por lo que confío en ella, porque el resto de vencedores parecía confiar en
ella también. Aunque tal vez sólo fuesen coincidencias y todo esté pasando en
mi cabeza.
Pero no todo está en mi cabeza. Está pasando algo extraño y
una hora después de las doce, me lo confirman. Un grupo de agentes de la paz
nos escolta a mí y a Haymitch a la Aldea de los Vencedores. Forman amplios
grupos a ambos lados de nosotros, por lo que nos impiden ver lo que sucede en
las calles. Pero no me hacen falta los ojos para saber lo que ocurre. La
ausencia de sonidos y el chirrido de las ventanas al cerrarse me confirma que
todo el mundo está en sus casas. No nos dejan hablar, ni despedirnos;
simplemente nos separan a mí a mi antiguo mentor y cierran las puertas de
nuestras casas. Intento asomarme a una ventana de la planta de arriba, buscar
algo que me ayude a conocer la situación actual del distrito, pero ya sea por
la extensa niebla o porque no hay ni una sola luz encendida en el distrito, mis
ojos no consiguen descubrir nada.
Al día siguiente, cuando me despierto, ha nevado. Y esto es
lo peor que podría pasarle ahora al Distrito 12, sobre todo por la noticia que
me da Haymitch por teléfono: han cancelado los suministros de comida que mi
distrito había conseguido por mi victoria en los juegos. El distrito no tiene
ninguna forma de conseguir alimento.
Los días siguen pasando y sólo hay una cosa que me mantiene
cuerdo: trampas. Con lo que recogí antes de marcharme a la Gira de la Victoria,
consigo hacer decenas de trampas. Unas conocidas de siempre y otras aprendidas
en los juegos, incluso preparo una de mi propia invención que atraviesa al
animal desde abajo.
Pero la preocupación sigue atormentándome. Cada vez que
intento salir de la casa, me encuentro a una agente de la paz camuflado con la
nieve que acaba metiéndome dentro antes
incluso de que me dé cuenta de donde estaba escondido. Intento hablar con
ellos, gritarles que me dejen salir, pero es inútil. Mis días se convierten en
una rutina, en un encarcelamiento... Hasta que recibo la ropa del tren. Es entonces
cuando recuerdo la carta del Distrito 2. Espero a que lleguen las doce de la
noche para leerla escondido entre las sábanas, con la ayuda de los escasa luz
que entra bajo las espesas mantas. La letra es pulcra y clara, de mujer.
"Cuando Clove era pequeña, encontró un gato al otro
lado de la alambrada. Era un gato salvaje, negro; pero Clove se enamoró de él
en cuanto lo vio. Intentó con todos sus esfuerzos hacerlo pasar al otro lado de
la alambrada y, finalmente, lo consiguió. Sin embargo, el gato no salió ileso.
Fue ella misma la que le cosió la herida del labio, aunque claro, ella no era
médica. Todos los gatos odiaban a Philip, bien por su herida o porque procedía
del bosque. El caso es que Clove quiso darle a entender que él no era raro y,
un día, la encontramos sangrando con un cuchillo en la mano. Cortar a la gente
se convirtió en una seña de identidad para ella. Marcaba a todos aquellos en
los que confiaba, como la familia, como Cato, y como tú.
Confiaba en ti. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, ten
esto presente.
Véngala por nosotros."
Al final de la nota, hay escrito en letra diminuta y
temblorosa: "Philip murió el mismo día que ganaste los juegos".
El mismo día que murió Clove. Inconscientemente me llevo la
mano a mi labio inferior, justo donde está mi cicatriz. Así que fue eso, Clove
llegó hasta la planta 12 por la noche y me hizo esto porque confiaba en mí.
Ahora la pregunta es cómo logró subir arriba. Lo hizo una vez, pasa avisarme de
lo que había ocurrido con los chicos del Distrito 8. ¿Pero la dejarían subir y
hacerme un corte? La pregunta es tan lógica que no tengo dudas. Seguramente
Seneca o el propio Snow le dieron permiso para hacer lo que se le antojara con
nosotros. Y ella los había engañado. No había subido para asustarme. De algún
modo o de otro Clove sabía lo que iba a pasar, y estaba decidida a hacerme
saber que ella confiaba en mí. Y ahora la pregunta es: ¿por qué?
Esa es la pregunta que no desaparece de mi cabeza durante
semanas. Y solo soy capaz de quitármela un día, cuando, al otro lado de la
ventana del dormitorio, veo la figura de Haymitch moverse por su salón. Bajo
corriendo las escaleras sin hacer ruido y me acerco a una de las ventanas del
salón, la abro y asomo la cabeza. Hay varios agentes de paz en mi jardín pero,
si soy rápido y sigiloso, puedo lograr cruzarlo sin hacer ruido. Pero no puedo
abrir la ventana si Haymitch no me abre, aunque si no lo intento ahora no
tendré más oportunidades. Así que salto por la ventana y caigo sobre la nieve,
que ya tiene medio metro de altura. Esto dificulta los cinco metros que me
separan de la ventana. Por suerte, justo en mitad, hay un gran arbusto que
puede ocultarme. La nieve atraviesa el tejido de mis pantalones y me hiela las
piernas. Con el sigilo con el que cazaba en el bosque, me arrastro por la nieve
y me pego a la pared de la casa de mi antiguo mentor. Doy unos suaves golpes en
la ventana y escribo en el cristal "En silencio", esperando que
Haymitch pueda leerlo en la superficie empañada. Y supongo que lo hace, pues
abre la ventana con gran sigilo, pero no lo suficiente. El agente de la paz que
está más cerca se gira y comienza a buscar con la linterna el origen del ruido.
Rápidamente salto a la ventana, justo cuando la luz me alcanza, y entro en la
casa en el momento en el que suena el disparo. Maldigo en voz alta mientras
busco a Haymitch con la mirada. Está junto a la ventana, más pálido de lo
normal.
-¿Se puede saber por qué nos han encerrado?
-No debería importarnos - contesta, y camina hacia el centro
de la sala con la botella de licor en la mano.
-¡Escucha! - Le grito.
-No, Gale. Escucha tú. Desde que decidiste saltarte las
normas la vigilancia se ha incrementado. Han encontrado a los padres de Cassy y
Will muertos, se han suicidado. Más nos vale seguir las normas que están
dictadas si no queremos acabar mal, Gale.
En ese momento cede la puerta, que ha estado siendo golpeada
desde que entré por la ventana. Tres agentes de la paz entran. Dos de ellos me
agarran por los brazos y el tercero me apunta con una pistola. Me arrastran
fuera de la casa sin dirigirle una mirada a Haymitch. Me han encerrado en la
casa tantas veces que ya ni me molesto en resistirme, pero esta vez pasan al
lado de la puerta como si no la vieran.
-¿No me vais a encerrar?
Ninguno me contesta.
Seguimos caminando, salimos de la Aldea de los Vencedores y
finalmente llegamos a la plaza que, por primera vez desde hace mucho, está
iluminada. Me percato de que no la he visto desde que me marché a la gira y, en
cuanto entramos, me quedo petrificado. Está diferente, muy diferente. Hay
cientos de objetos metálicos y no tengo que fijarme mucho para distinguir lo
que es una horca. ¿Cuántas personas habrán sido torturadas y asesinadas en la
plaza desde que me marché?
Se detienen en una jaula de hierro que me llega hasta la
altura de la cintura, abren la puerta y me obligan a entrar.
-Ya que no te gusta estar en tu casa, - dice el que me ha
apuntado con la pistola durante todo el camino - vas a pasar la noche aquí.
Y se van.
Empiezo luchando contra el metal, intentando romper el
candado, hasta que las manos se me entumecen y me es imposible mover los dedos.
Finalmente, decido hacerme una bola en una de las esquinas e intentar no morir
esta noche de frío.
Pasaba noches en el bosque con Katniss cuando nevaba. Íbamos
allí, desesperados por cazar cualquier cosa con las que las extremas
temperaturas no hubiesen acabado. No sentábamos al abrigo de las rocas,
ocultándonos del helado viento y tapados con todas las mantas que había en
nuestras casas, donde los fuegos de las chimeneas permanecían encendidos toda
la noches, y nos sentábamos a esperar a alguna ardilla, alguna lechuza o a
cualquier animal que estuviese dispuesto a salir por la noche.
Puede que sea la falta de esas mantas, o la falta de Katniss
como compañía, lo que hace que esta sea la peor noche de mi vida. No pego ojo,
de eso estoy completamente seguro. Hay un momento de la noche, en el que me
invaden los temblores que he intentado contener. Justo cuando creo que he
llegado a un punto cercano a la muerte los temblores cesan y recupero la
respiración. Noto una presencia a mi lado, familiar, reconfortante.
-Katniss - susurro medio inconscientemente, bien por el frío
o bien por mi falta de cordura. Tal y como esperaba, no obtengo respuesta.
No sé cuánto tiempo transcurro con los ojos cerrados, la
cabeza enterrada entre mis piernas y la espalda apoyada sobre los fríos
barrotes, cuando empiezo a oír las voces, los murmullos y después, por encima
de todas ellas, la grave voz.
-¡Estas son las consecuencias - la voz, a pesar de grave, es
más fría que el hielo que cubre mi cuerpo - de revelaros ante la ley! ¡Esto -
poco a poco abro los ojos. Todo sigue a oscuras aunque seguramente sea porque
el cielo está tan nublado como lo ha estado estas últimas semanas - es lo que os
espera a cada uno de vosotros si no colaboráis! Y ahora, id a trabajar.
Pasos. Hago un gran esfuerzo por levantar la cabeza y
entonces los veos: los habitantes del distrito. Más delgados que nunca,
enfermos, con delgados abrigos que los cubren del frío infernal y llenos de
miedo. Los hombres pasan al lado de mi celda, de camino a las minas, mientras
que el resto me observa con los ojos bien abiertos. Poco a poco, todos se
marchan. Todos, excepto dos personas. Madge se acerca corriendo y pasa las
manos por los barrotes para aferrarse a las mía, que deben estar heladas. Está
diferente. Está más grande y guapa. Tiene un moratón en la ceja derecha y un
corte en la barbilla. La sigue Peeta, que se agacha junto a ella.
-Gale, estás helado.
-Es lo normal, ha pasado aquí la noche. Toma - Peeta se
quita sus guantes y me los da a través de los barrotes.
-¿Qué ha pasado? – pregunta Madge mientras me quita los
guantes y comienza a soplar entre nuestras manos. El contacto con el aire es
agradable.
Abro la boca y me dispongo a hablar, pero sólo consigo un
castañeteo de dientes.
-Intenta hablar, por favor. Te necesitamos, todo el distrito
te necesita. Todo ha empeorado, han aumentado la seguridad.
-¿Qu- Qué?
-Madge - susurra Peeta, esperando que no lo oiga. Sin
embargo, mi oído no ha sufrido daños esta noche - ni siquiera él está bajo
protección.
-Gale - continúa Madge ignorándolo - No sabemos qué hacer.
-Huid. - Cada palabra es como si me clavaran algo en el
estómago, algo frío y puntiagudo.
Madge agacha la cabeza, apenada y la mueve de un lado a
otro.
-Es imposible - dice Peeta.
-Gale, han electrificado la alambrada.
domingo, 24 de noviembre de 2013
Info ^^
Hola chicos :)
No, no es capítulo nuevo. Vengo a daros las gracias porque este blog ha llegado a las 8000 visitas. Muchísimas más de las que esperaba conseguir.
También recordaros, aunque sé que no hace falta, que este viernes se ha estrenado En llamas. No quiero decir nada de la película, sólo que yo personalmente llevaba casi 500 días esperándola y, por supuesto, fui a verla como todos vosotros deberíais haber hecho ya :)
Y, por último, el otro día subí el capítulo 11 (llevo 5 cápítulos en los que no hay ningún comentario D: ) y ya no tengo más escritos así que seguramente algún día no cumpla en subir el capítulo, lo que significa que estaré trabajando en el siguiente.
Espero que os esté gustado la segunda parte, que os encante la película y que comentéis en algún capítulo.
UN BESAZO A TODOS, TRIBUTOS ♥
miércoles, 18 de septiembre de 2013
Capítulo 11. La declaración
¿El 13? El 13 no existe, lo destruyeron en los Días Oscuros.
El Capitolio acabó con él para mostrar al resto de los distritos hasta donde
alcanzaba su poder. ¿Por qué irían al 13? ¿Quién los ha visto? ¿Dónde? Y si
sólo están Prim, Vick y mi madre, ¿qué ha pasado con Rory, Posy y la madre de
Katniss? ¿Se separaron? No sé si reír o empezar a llorar. Están a salvo, no los
tiene el Capitolio. Cualquier cosa que haga no repercutirá en ellos. Pero, ¿por
qué van al 13? Intento ponerme en su lugar, ¿iría yo al 13? No. Me quedaría
cazando en el bosque, sin embargo ellos no saben cazar. ¿Se creerán más seguros
en la cercanía del 13? Allí no hay agentes de la paz, o al menos no
permanentemente ya que a menudo se trasladan hasta allí periodistas que
muestran en televisión las ruinas del Edificio de Justicia.
Esperanza. Ese sentimiento vuelve a inundarme el corazón.
Los han visto con vida, lejos del desastre que hay aquí y, si los han visto,
¿les habrán dicho que sigo con vida? ¿Qué habrá pensado Prim, la pobre e
inocente Prim, al saber que su hermana no salió con vida de la arena? Desde
luego, es fuerte. Es como su hermana, una chica que se crece en los momentos
difíciles. ¿Lo habrá hecho esta vez? Sin duda, Katniss se sentiría muy
orgullosa.
Esta noche sueño con el bosque. Un bosque que brilla y
resplandece conforme me adentro en él. Es entonces cuando el cielo se oscurece
y la oigo cantar, en nuestro punto de encuentro, sentada en la roca.
-Katniss.
Es al pronunciar su nombre cuando me despierto. Es un
despertar dulce, sin sobresaltos; porque en el fondo sabía que era un sueño.
Era demasiado bello como para no serlo. Me quito las sábanas de encima que de
repente parecen pesar toneladas y me aplastan contra el colchón. Sentado al
borde de la cama, apoyo la cabeza en mis manos y dejo que todo salga al
exterior de mí. Las lágrimas me llenan los ojos y caen una tras otra en la
alfombra que hay a mis pies. Odio llorar, pero teniendo en cuenta lo que he
pasado en los dos últimos dos meses (la muerte de mi mejor amiga, la
desaparición de mi familia, la Gira de la Victoria) sería imposible no derramar
alguna que otra lágrima. La verdad me golpea con fuerza. Katniss. Echo de menos
a Katniss. Mucho. Demasiado. Si muriera ahora todo sería más sencillo. ¿Por qué
no acabar con mi vida? Pero encuentro la respuesta antes incluso de terminar de
hacerme la pregunta. Me necesitan. Hay gente que me necesita. Eso dicen las
notas que he recibido. Y también está mi familia, perdida en el bosque y camino
de un lugar cuyos escombros aún arden.
También están Posy, Rory y la madre de Katniss. Aún tengo que averiguar dónde
están, encontrarlos y ponerlos a salvo.
No sé cuánto tiempo permanezco en esta posición, pero cuando
llegan los primeros rayos del alba, entro en el cuarto de baño y empiezo a
arreglarme. Me doy un largo y relajante baño. Cuando me he sacado me peino lo
mejor que puedo y me visto con la ropa que llevé en el Distrito 2. Hoy
llegaremos al Capitolio, donde tendremos una cena en la mansión del Presidente
Snow.
Justo cuando empiezan los golpecitos en la puerta de mi
habitación, la abro de golpe, dejando a una Effie sorprendida y con la boca
abierta, lista para pronunciar la frase de todos los días.
-Buenos días, Effie. ¿Lista para un día muy, muy importante?
– pregunto sonriente.
Effie no sabe si molestarse por mi imitación o sentirse
orgullosa de mi buen humor. Opta por sonreírme y caminar hacia el comedor. Así
que cierro la puerta detrás de mí y avanzo con ella por el pasillo. Mientras
esperamos al resto en el comedor, que está desierto a excepción de los
sirvientes, quienes nos miran deseosos de atender nuestros caprichos; Effie me
muestra su horario y yo finjo interesarme por la predicción al segundo de lo que
tardaremos en hacer hasta el más mínimo detalle.
Minutos más tarde llega Portia con mi equipo de preparación
y Haymitch. Todos nos sentamos y empezamos a comer. Yo opto por coger un cuenco
de chocolate caliente donde baño un
panecillo.
-No has hecho un mal trabajo con el pelo, Gale – comenta
Carlo a mi lado, colocándome mechones de pelo en su sitio después de haber
acabado de comer.
Sonrío como respuesta de agradecimiento.
Haymitch me observa crítico hasta el último movimiento.
Arqueo las cejas y lo miro a los ojos, interrogante.
-Te veo animado – dice.
-Me siento… renovado. Como si me hubiera desahogado de todo
el estrés de la última semana.
El tren se detiene en la estación del Capitolio, donde nos
esperan dos coches negros, con los cristales tintados. Entro en uno de ellos
con Effie y Haymitch. Las calles pasan a ambos lados de las ventanillas y las
contemplo con curiosidad. No han cambiado desde la última vez que vine. La
gente sigue siendo igual de extravagante, con pelucas multicolor y larguísimas pestañas.
Las calles siguen impecables y los edificios brillan a la luz del sol.
Llegamos al Centro de Entrenamiento, en el que residí
durante mi preparación para los juegos, y el ascensor nos lleva a la planta 12.
En cuanto entro me invade la agonía y la alegría que intentaba desprender a lo
largo de la mañana desaparece. Conforme paseo por la planta, no dejo de
recordar cosas. Aquí discutí con Katniss. Aquí me senté junto a Katniss. Aquí
Katniss y yo nos percatamos de la presencia de la avox pelirroja a la que
tuvimos la oportunidad de salvar antes de que el Capitolio la capturara, pero
no lo hicimos. En cuanto Carlo me encuentra, ya no me suelta. Me conduce casi a
rastras a mi antigua habitación y me empuja al cuarto de baño, donde Madox está
llenando la bañera con la primera mezclas.
Pasan toda la mañana arreglándome entre baños, depilación
por parte de Eridia, corte de pelo, etcétera. Cuando terminan ya es la hora del
almuerzo, así que nos dirigimos todos juntos a almorzar. Como estamos en el
Capitolio, decido no comer nada, así que espero hasta que los demás terminan.
Por suerte, he pasado tantos momentos de hambre antes de los juegos que perder
una comida no me supone problema. Cuando terminamos, Portia me conduce a su
habitación y saca de nuevo la bolsa negra. Cuando la abre no puedo reprimir una
sonrisa. Saca con cuidado unos pantalones verdes oscuros, una camisa negra y
una chaqueta verde clara. Son los colores del bosque: el verde.
Bajamos a la primera planta y salimos al escenario que han
colocado frente al Edificio de Justicia. Un sonriente Caesar Flickerman, con un
traje azul marino brillante y pelo, cejas y labios pintados de azul celeste, me
da la bienvenida y comienza la entrevista.
-Hemos oído rumores de que has visitado el Capitolio hace
poco.
-Sí. - me quedo pensativo un par de segundos, decidiendo si
exagerar lo ocurrido o no. Opto por lo primero – Intenté matar a varias
personas en mi distrito.
-¿Qué? - noto como Caesar se sujeta con fuerza a los brazos
del sillón e intenta hundirse en él.
-Bueno, imagina que ganas los juegos. Te conviertes en un
asesino y tienes que revivir lo ocurrido una y otra vez. No solo en la
televisión, sino también en tus sueños. Al final me encontré en una situación
en la que cualquier comentario me parecía una amenaza. Intenté matar a mi
mentor.
Las cámaras enfocan a Haymitch, quien levanta el pulgar en
señal de que está en buenas condiciones. Los habitantes del Capitolio se
dividen ente aplausos y abucheos. Caesar ríe y yo lo imito.
-Tranquilos – digo, dirigiéndome a la ruidosa y estrafalaria
multitud – está sano y a salvo ahora que me he recuperado de mi pequeña crisis.
La gente aplaude y yo intento sonreír lo más auténticamente
que puedo.
-¿Qué te ha parecido la Gira de la Victoria, Gale?
-Dura – contesto sin pensarlo dos veces. - Si hay algo peor
que enfrentarse a los tributos es enfrentarte a los familiares. Lo he pasado
bastante mal, ciertamente.
-Dinos algo más. Háblanos de tu talento: la fotografía.
¿Cómo lo descubriste?
-Fue extraño. Cuando vine al Capitolio me alojé en la casa
de Madox, pertenece a mi equipo de preparación. Es un excelente tatuador.
-¿Es él el que ha tatuado tu cuerpo? - pregunta Caesar, sin
molestarse en ocultar la sorpresa.
-Sí. - veo cómo la cámara enfoca ahora a Madox, quien está
sonrojándose hasta adquirir el tono de su pelo. No, no quiero que lo enfoquen a
él. No quiero que lo hagan responsable de llevar la libertad a todos los
distritos – El caso es que a él le gusta la fotografía, así que me prestó su
cámara. Fue bastante divertido porque cuando llegué a mi distrito me di cuenta
de que había olvidado pedirle que me enseñara cómo usarla.
No es del todo cierto, pues sí que me enseñó. Pero decido
ocultarlo, intentando arreglar un poco la importancia que tiene Madox en mis
fotografías.
La entrevista sigue con preguntas para las cuales tengo que
inventarme todas las respuestas. Qué cambios he notado desde que gané los
juegos, cómo ha afectado esto a mi vida de antes, qué hago en los ratos libres
en los que no estoy trabajando en mi talento, etcétera. Pero entonces llegamos
a un tema peligroso.
-Gale, eres un chico muy apuesto. En la entrevista anterior
a los Juegos nos aseguraste que no había nadie esperándote en el distrito.
Sabemos que mentías. ¿Por qué no te abres un poco? Cuéntanos, ¿te alegraste de
ver a alguien especial allí cuando llegaste?
-No – niego con la cabeza mientras sonrío. Reír por no
llorar. Ni siquiera encontré a mi familia, allí no había nadie especial.
-¿No estás enamorado?
-Es... complicado.
-¿Complicado? ¿Cómo?
-No podría estar conmigo nunca.
-¿Por qué? - noto el silencio que me rodea. ¿Por qué no
decirlo? Así todo el mundo sabrá que estoy luchando por algo que me importaba,
que no descansaré hasta vengar su muerte.
-Está muerta. - la multitud ahoga un grito y, antes de que
Caesar vuelva a preguntarme, añado – Estaba y sigo estando enamorado de Katniss
Everdeen.
Hay gente que grita, otros permanecen en silencio y otros
empiezan a toser, como Caesar, quien tiene que tomar un vaso de agua para
seguir con la entrevista.
-Pero, ¿cómo...?
-¿Cómo es posible? - finjo una risa y comienzo a abrirme
como nunca antes lo he hecho - Hace bastante años que la conocí, pero no me
fijé en ella. Después comenzamos a vernos todos los días y nos convertimos en
amigos. No me di cuenta de que me importaba hasta hace un año más o menos.
-¿Qué sentiste cuando la viste ocupar el lugar de su hermana
en la Cosecha?
-Apenas me dio tiempo a pensar. Sólo recuerdo avanzar entre
la gente, coger a Prim y llevarla con su madre. Justo cuando regresé a mi
sitio, me nombraron a mí, así que apenas tuve tiempo de pensar en lo que
acababa de ocurrir.
-¿Qué pasó cuando te diste cuenta de que no volveríais a
estar juntos nunca?
-Nuestra amistad se rompió poco a poco. Tendríamos que
luchar el uno contra el otro y ambos queríamos volver. Ese era mi objetivo,
pero al final intenté mantenerla con vida a ella. Fracasé.
Tras un largo silencio, Caesar vuelve a su intento de
mantener la entrevista a flote.
-Es una historia triste, Gale. Creo que todos compartimos tu
sufrimiento.
-Lo dudo – digo sin dejar de sonreír.
La entrevista termina y nos llevan en un coche hacia la
mansión del Presidente Snow. La fiesta se celebra en la sala de banquetes donde
el techo, a doce metros de altura, se ha convertido en el cielo nocturno decorado
por cientos de estrellas. Entre el suelo y el techo, los músicos flotan en lo
que parecen nubes blancas. La sala está formada por decenas de sofás y sillones
situados alrededor de chimeneas, estanques con peces o jardines llenos de
flores. El centro de la sala es el único espacio carente de mobiliario, donde
los extravagantes habitantes del Capitolio bailan y actúan. Alineadas en las
paredes, hay mesas llenas de auténticos manjares: cabras, vacas y ciervos
asándose; animales marítimos bañados en salsa, frutos, quesos, panes, verduras…
Hay una mesa llena de cuencos con salsas y otra en la que hay una enorme
ponchera de vino y licores ardiendo. Casi toda la gente está reunida alrededor
de las mesas.
-No te pases con aquella mesa – le digo a Haymitch, señalando
la mesa del vino. Él me dirige una mirada asesina y camina directamente hacia
ella.
Camino cerca de las mesas, observando los platos y tomando
nota mental de todo lo que es capaz de hacer el Capitolio con los alimentos que
le proporcionan los distritos. La gente se acerca a mí, me saludo e incluso
intentan consolarme con lo que ellos llaman mi “desastre amoroso”. Si ya es
difícil tomarlos en serio con esa ropa, más aún cuando están borrachos.
Me siento en un sofá que está vacío y contemplo a la multitud
que baila. Effie me enseñó a bailar para momentos como estos, en los que
debería unirme a esa multitud y divertirme. Esta fiesta es para mí. Sin
embargo, prefiero observarlos con recelo, estudiar su comportamiento, conocer
cuál será su próximo movimiento… al igual que hago justo antes de cazar a una
presa. Es un don natural.
La soledad dura poco. Un hombre no tarda en acompañarme en
el rojo sofá sentándose a mi lado.
-Hola, Gale – me saluda.
Seneca Crane, con su barba trazando espirales y sus ojos
críticos clavados en mí. Lo miro desafiante, pero parece no molestarse por mi
saludo ausente.
-Me alegra verte. ¿No comes nada?
Justo en ese momento me doy cuenta de que sí que tengo
hambre. No aguanto tanto sin comer como hace un año, aun así, niego con la cabeza.
-Deberías divertirte. Es una fiesta en tu honor.
-Tú deberías dejarme solo. ¿Te recuerdo por qué vine hace un
mes y medio al Capitolio? No fue una visita por gusto. – pongo los ojos en
blanco al ver que ni se inmuta y me levanto del sofá.
-Sé lo que estás haciendo. Parece que has ignorado lo que te
dije – continúa hablando mientras avanzo entre la gente, intentando perderlo. -
¿Por qué no hablamos a parte?
Noto su mano sobre mi hombro y me aparto con violencia.
Entonces me agarra por el brazo y me empuja hacia una de las zonas en las que
apenas hay gente.
-Te dije que tuvieras cuidado con lo que hacías, Gale. No
quiero recomendarle al Presidente Snow que destruya otro distrito.
La amenaza me cala hasta el último de mis huesos. ¿Sería
capaz de ello?
-Tal vez si no me hubieras dicho que lo estaba haciendo muy
bien al mantener a todo el mundo lejos del bosque no habría decidido volver a
entrar.
Mi comentario lo pilla desprevenido. La expresión de
seguridad desaparece durante un par de segundos, pero intenta recuperarla
rápidamente.
-Ten cuidado. Ya te dije lo que el Presidente Snow está
dispuesto a hacer con muchos vencedores. Tú eres apuesto, Gale, y muchas
personas pagarían bien por tus servicios.
-¿Y si me niego? Yo no tengo nada que perder, Seneca.
Esto hace que comience a reír. Si esto hubiera pasado hace
dos días, cuando aún no sabía nada de mi familia, me hubiera aterrado. Sin
embargo, ahora sólo sonrío triunfante, porque sé que todo lo que diga será
falso.
-Siempre hay algo que perder – dice, una vez que ha
terminado de reír. - ¿Qué pasaría si a partir de ahora hubiera más explosiones
en las minas en las que murió tu padre?
Sigo con mi sonrisa triunfal, incapaz de borrar.
-La gente dejaría de ir a trabajar. ¿Y de dónde sacaríais
carbón?
-Claro que irían a trabajar. ¿De dónde sacarían el dinero
para alimentar a sus familias?
-Teniendo en cuenta lo que cobran por trabajar en las minas,
apenas notarían la diferencia.
Vuelve a reírse, como si supiera algo que estuviera deseando
contarme para hacerme saber que es él el que tiene razón. Así que, finalmente,
cuando hablar, no puedo fingir mi curiosidad.
-Gale, deja que te presente a alguien.
Vuelve a cogerme del brazo con más fuerza de la necesaria y
me dirige al centro de la sala, donde las personas bailan en pareja. Se acerca
a una de ellas y golpea el hombro de la mujer, que no es más que una chica de
veinte años, sin aparentes alteraciones como el resto de los habitantes del
Capitolio. Tiene el pelo de un color caoba rojizo y los ojos de color miel, alta
y delgada, con un vestido verde fluorescente que marca todas sus curvas.
-Creo que ya conoces a Gale - dice Seneca apartándonos a
ambos de la multitud.
-Por supuesto - contesta, mirándome fijamente a los ojos.
La voz despierta algo dentro de mi cabeza, un recuerdo que
no logro encontrar.
-Gale, te presento a una de las mejores Vigilantes con las
que he tenido el honor de trabajar. Fue de ella la idea de las ardillas.
Las ardillas que atacaron a Will y a Cassandra. De repente
me invade el pánico y las ganas de lanzarme contra esta asesina. Pero controlo
la situación. No es el momento, ni el lugar. Sin embargo sigue habiendo algo en
la voz de la mujer que hace sentir seguro. No es la voz en sí, es algo a lo que
me recuerda.
-Eres un exagerado - responde ella sonriendo, aunque a mí me
parece una sonrisa forzada.
Seneca no deja de sonreír a la mujer. Sólo aparta la mirada
para contemplar su reloj.
-En fin, debo marcharme. Y no te entretengas, tenemos una
reunión a media noche.
Una reunión de los Vigilantes. ¿Estarán preparando el Tercer
Vasallaje de los Veinticinco? ¿Y cómo es posible que una chica tan joven sea ya
una Vigilante capaz de aportar ideas sobre nuevas mutaciones? Debe de ser muy
inteligente o sentir un inmenso placer por el sufrimiento de las personas y la
sangre.
-Tengo vigilancia, Seneca. – lo corta la chica - Todos los
días a las doce, ¿lo recuerdas?
Todos los días a las doce. Me pregunto si se habrá dado
cuenta de que todos los vencedores me entregaban un mensaje exactamente a las
doce en punto. ¿Será por eso por lo que Seneca me ha traído hasta ella?
-Está bien. Entonces te contaré más tarde. - justo antes de
darse la vuelta para marcharse, se despide de ambos - Adiós, Gale. Nos vemos
más tarde, Atalanta.
Capítulo 10. ¿Sanos y a salvo?
La Gira de la Victoria continúa. Distrito 10 y una nota más.
Distrito 9 y una nota más. Distrito 8 y una nota más. En todas, lo que he
descubierto que son antiguos vencedores, me animan a seguir ya que, aunque no
he conseguido aún que la gente se una a la causa, estoy llevándoles el sabor de
la libertad. Algo que ansían desde los Días Oscuros. Cada entrega de notas se
produce a las doce en punto.
Mi equipo de preparación no necesita mucho tiempo para
arreglarme. Sólo lo básico, ordenarme meterme en tres bañeras llenas de
distintos potingues, arreglarme el pelo, aplicarme la mascarilla que impide que
me salga barba y bigote y maquillarme superficialmente para taparme mis ojeras.
Vuelvo a tener problemas para dormir y eso que lo peor, los
Distritos 1 y 2, aún no han llegado. Pero sueño con ellos, con los tributos que
no conocí, y me imagino sus dolorosas muertes a manos de los profesionales.
También están mis sueños en los que aparece gente de los distritos asesinada
por romper las normas… y es culpa mía. Haymitch bebe más que nunca y me
preocupa lo que esté pasando por su cabeza.
Cuando el tren afloja, Portia entra en mi habitación con la
bolsa de siempre. Esta vez, en su interior hay unos pantalones negros con
franjas a los lados que destellan como el fuego y una chaqueta de cuero marrón
y azul.
-¿Y la camiseta? – pregunto, rebuscando en el interior de la
bolsa.
-No hay camiseta – responde Portia, observando cómo se me
quedan los pantalones.
-¿Qué?
-Vas a mostrar tus tatuajes. Tú decides hasta donde bajar la
cremallera.
Eso tiene un doble significado. No sólo se refiere a cuánto
quiero mostrar mi cuerpo, sino también cuánto quiero mostrar a la gente mis
tatuajes, la recreación de lo que hay más allá de la alambrada. Termino por
bajar la cremallera hasta el final.
Estamos en el Distrito 6, transporte. En mi opinión, unos de
los distritos más esenciales de Panem. También es el distrito del que venían
Cassandra y Will. Por un lado estoy tranquilo ya que hice todo lo que pude por
mantener a ambos con vida, mientras que ellos, o al menos ella, sólo planeaban
matarme. Por otro lado, estoy aterrado de encontrarme con sus padres. La madre
de Will ganó los juegos justo un año después que su hermano, el padre de
Cassandra.
Me encuentro con Haymitch y Effie en la puerta del tren.
Cuando las puertas se abren, un grupo de agentes de la paz nos escolta hasta un
coche negro de cristales tintados que nos conduce al Edificio de Justicia. Al
igual que en el resto de distritos, cuando entro me invade el olor de la comida
que están preparando para nosotros en la cocina. Aunque, a diferencia de
algunos de los otros distritos, como el once, aquí no huele tanto a humedad y
moho.
Nos ponemos en fila mientras suena el himno de Panem y
salimos al exterior cuando el alcalde nos presenta a la multitud. Me reciben
grandes aplausos y me pregunto si me odiarán o me respetarán por haber
intentado salvar a sus dos tributos. Como siempre, recito la frase que el
Capitolio ordena aprenderse a los vencedores, en la que recuerdo a los Días
Oscuros y el honor de Cassandra y Will de haber muerto representando a su
distrito. Pienso en Katniss, en qué pensaría de mí, si siguiera viva, al verme
recitando esto, recordando que Los Juegos del Hambre son un castigo por el
levantamiento de hace setenta y cinco años, a mí, alguien que siempre ha
insultado al Capitolio en el bosque.
Me acerco al micrófono y empiezo mi pequeño discurso.
-Creía conocer a Cassandra y a Will. Me hubiera aliado con
ellos desde el principio porque sabía que tenían una ventaja al ser hijos de
vencedores y…
Entonces miro al lado derecho del escenario, donde sólo hay
una mujer junto a una fotografía de Will. Después miro al otro lado, junto a la
fotografía de Cassy, donde sólo hay un hombre. El ramo de flores y la placa que
sostengo en las manos se me caen. Aún puedo escuchar la voz de Haymitch días
antes de los juegos, cuando descubrimos que los padres de los chicos del seis
habían sido ganadores.
-Ambos ganaron dos años
consecutivos, algo que sorprendió bastante al Capitolio. Incluso se llegó a
pensar que entrenaban a sus espaldas. Naturalmente, si se descubrió algo, nunca
se dijo en público. Pero supongo que no encontraron nada ya que ambos siguen
vivos.
-¿Y sus familias? - pregunté.
Ahora lo entiendo. Sus familias no existen. Este año en los
juegos ha sido un año de castigo: a Katniss y a mí por la caza furtiva; pero no
a Cassandra y a Will. No. El castigo era para sus padres, que han perdido a sus
dos hijos, lo único que quedaba de sus familias.
Vuelvo la cabeza hacia la mujer, Angi, la madre de Will.
Tiene la mandíbula apretada y, cuando encuentra mis ojos, mueve los labios,
pidiéndome que continúe. Me concentro en recuperar el hilo de mis pensamientos.
Ahora no me extraña que Cassandra y Will quisieran matarme. Ambos querían
abrazar hasta la más mínima oportunidad de salir con vida. Pero no por ellos,
sino por sus padres.
Carraspeo un par de veces y me agacho para recoger lo que he
tirado antes de seguir.
-Lo siento. Aún tengo sus caras grabadas en la cabeza y se
parecen mucho – y es la verdad, son exactamente iguales. El mismo pelo, los
mismos ojos y la misma expresión de dolor escondida bajo una sonrisa – Salvé a
Will e intenté hacer todo lo posible por ser un buen aliado. Quiero decirles a
sus padres que jamás he conocido a dos chicos tan valientes.
El padre de Cassy se derrumba y entierra la cabeza entre las
manos para ocultar las lágrimas. Sin embargo, la madre de Will mantiene la
mirada fija en mí. Dura como su sobrina. En cierto modo, Cassy se parece más a
su tía que a su padre; y lo mismo ocurre con Will. Entro en el Edificio de
Justicia y nos conducen escaleras arriba hasta una habitación en la que hay
sofás de cuero blanco y un televisor en el que ver la retransmisión de lo que
ha ocurrido hace menos de treinta minutos.
-Extraña combinación – oigo decir a Portia, que está
asentada enfrente de mí – Bosque y fuego.
Giro la cabeza y encuentro la razón del comentario. Madox,
lleno de tatuajes de llamas, está sentado a mi lado. Teniendo en cuenta que
llevo la chaqueta desabrochada y las mangas remangadas mostrando gran cantidad
de mis tatuajes, la combinación resulta incluso cómica. Intento sonreír, aunque
sin éxito. Aún tengo la imagen de la madre de Will pidiéndome continuar con mi
discurso en la cabeza.
En ese momento, en el televisor, se muestra como se me caen
el ramo y la placa.
-¿Por qué te has quedado en blanco, Gale? - pregunta Effie.
Le lanzo una miada furtiva a Haymitch, quien me observa con
atención.
-Ya lo he dicho. Se parecen mucho. Cassy a su tía y Will a
su tío.
Sólo Haymitch es capaz de entender el por qué me he quedado
en blanco.
Un par de horas más tarde, regresan los agentes y nos
conducen al comedor del Edificio de Justicia. Me siento en una de las mesas y
como de los alimentos más pobres que veo. No es por falta de hambre, pero no
quiero tomar nada que provenga del Capitolio. Hay un gran reloj en la pared de
enfrente. Me he sentado aquí a posta, para comprobar qué ocurre a las doce.
Cuando sólo faltan quince minutos para que sea medianoche, se acercan a mí un
hombre y una mujer. Al principio me extraña ver a los padres de Will y Cassy
aquí, ya que en los anteriores distritos no nos mezclábamos con los familiares
de los tributos muertos; pero entonces recuerdo que ellos son vencedores.
-Sabes por lo que intentaban matarte tan desesperadamente,
¿verdad? - pregunta la madre de Will.
Asiento con la cabeza, aunque ya he escuchado tantas
versiones que no se cuál es la correcta. Por si tenía alguna duda, el padre de
Cassy interviene, sorprendiéndome con sus palabras.
-Seneca Crane les ofreció regresar a ambos si daban un gran
espectáculo con vuestras muerte, para enseñar a la gente de tu distrito lo que
ocurriría si rompían las normas. Ellos lo aceparon sin dudar, por nosotros.
No hace falta que continúe explicándome el por qué. Yo
también habría hecho lo mismo por mi familia.
-¿Por qué me contáis esto?
-No tenemos nada que perder – dice Angi.
Me giro para mirarla a los ojos. Unos ojos fríos y
calculadores, como los de Cassy. Aunque también tiene la nariz de su hijo.
¿Cómo es capaz de mantener esa frialdad tras haber perdido al último miembro de
su familia? Después miro al padre de Cassy. Es la viva imagen del dolor. Me
pongo en su lugar e intento imaginar cómo sería ser el mentor de mi hija y ver
cómo muere de primera mano. No habría sido capaz de volver a casa.
Oigo el leve sonido del reloj al marcar las doce y después
siento cómo la mano de Angi llega hasta el bolsillo de mi chaqueta.
-Ha sido un placer conocerte, Gale – dice poniéndose en pie.
-Sigue así – el padre de Cassy me pone una mano en el hombro
y sigue a su hermana a través de la multitud.
Cuando llego al tren y me escondo bajo las sábanas para leer
la nota, descubro que sólo hay una palabra:
“Gracias”
El Distrito 2 es enorme. Canteras de rocas; aunque también
proporciona armas y Agentes de la Paz. Es un terreno montañoso en el que hay
pequeños pueblos esparcidos por las montañas. Cuando nos acercamos a la ciudad
principal, veo una montaña en medio.
En esta ocasión llevo unos pantalones azules celestes y una
camiseta blanca con franjas horizontales transparentes. Cuando salgo al
escenario, lo primero que hago es buscar a las familias. Entonces la veo. Una
mujer de uno treinta y pocos años, con el pelo recogido en una coleta, pecas
bajo unos ojos acusadores y oscuros. Es idéntica a ella. También está su
marido, quien no se parece en nada a su hija. Al otro lado está la familia de
Cato: padres rubios como él y una versión de Cato pero con veinte años, supongo
que su hermano. No puedo apartar la mirada de la madre de Clove durante la
ceremonia, hasta que llega el momento de mi discurso. Trago saliva con fuerza,
pero las palabras no logran salir. Me froto la cara con las manos y las
entierro en mi pelo, despeinándolo por completo. Necesito hablar, decir algo,
lo que sea. Pero mi cabeza es incapaz de reaccionar. Entonces utilizo la fuerza
de la única imagen que está presente en mi cabeza y me acerco al micrófono.
-Ese cuchillo debería haberlo usado contra mí.
Se acabó. Soy incapaz de pedir disculpas por haber asesinado
a su hija, incapaz de disculparme por no haber matado a Marvel cuando tuve la
oportunidad, incapaz de decirles que confiaba en ella, en Clove. Soy incapaz de
pronunciar su nombre siquiera.
Y entonces la veo. El rostro de su madre, exactamente igual
que el de su hija, hasta el último detalle, incluida la cicatriz bajo el labio.
Observo al padre y me doy cuenta de que él también la tiene. Así que,
inconscientemente, levanto la mano y acaricio la zona inferior de mi labio y
ellos hacen lo mismo. Cuando separa la mano de su labio, veo el asomo de una
sonrisa en el rostro de la madre de Clove. Pero no me da tiempo a comprobarlo
al completo, pues unas manos me sujetan por detrás. Y me obligan a regresar al
Edificio de Justicia. Me llevan casi a empujones hasta la sala en la que están
mis acompañantes. Me doy la vuelta en cuanto las pu8ertas de madera blanca se
cierran y empiezo a golpearlas con fuerza, intentando abrirlas sin éxito. Effie
comienza a gritar histérica mientras grito improperios a la gente que debe
estar escoltando la sala.
-¡Gale! – unas manos me agarran por detrás y comienzo una
lucha interna. Una parte me dice que pare y me relaje, otras que siga
intentando abrir la puerta, y otra que lo pague con quien intenta detenerme.
Así que intento hacerlo todo a la vez y acabo sentado en el
sofá, resistiéndome a los brazos de Madox, Carlo, Haymitch y Eridia.
-¡Tenéis que soltadme! Debo hablar con ella, con la madre de
Clove. ¡Tiene la cicatriz, Haymitch!
Haymitch se coloca frente a mí y comienza a hablarme como si
me fuera imposible comprender las palabras más simples, intentando
tranquilizarme; pero al final es Eridia, la chica obsesionada con el cabello
corporal, la que empuja a Haymitch y les ordena a los demás que me suelten y se
alejen.
-Tranquilo, Gale. Ahora vamos a cenar y mientras la gente
habla podrás preguntarles sobre la cicatriz. Pero tienes que relajarte porque,
si no, nos mandarán a todos al tren camino del Distrito 1. Sé que es duro,
Gale, enfrentarte a todas las personas a las que has visto morir o a las que
has matado. Pero ya casi lo has conseguido, sólo queda un distrito, la fiesta
final de Capitolio y volverás a casa, sano y salvo.
¿Sano y salvo? Con el Presidente Snow deseando castigarme
por ser un criminal jamás estaré sano y salvo. Pero debo conservar la calma.
Las doce, sólo tendré que aguantar hasta las doce y me marcharé. Me encerraré
en mi compartimento, leeré la carta y me quedaré profundamente dormido.
Mientras tanto, agarro los brazos de Eridia y la obligo a permanecer agachada
frente a mí. No despego la vista de sus ojos verdes y así es como mantengo la
cordura hasta que otro grupo de agentes viene a por nosotros.
Eridia no se separa de mí en ningún momento durante la cena,
hasta que llegan las once y media. Es ese momento en el que me quedo sólo.
-¿No comes?
Estoy sentado frente
a una mesa llena de platos que no he tocado. Levanto la mirada y me encuentro
con una mujer joven, bastante guapa… hasta que sonría y descubre unos dientes
modificados que parecen colmillos.
-Soy Enobaria.
La reconozco, fue bastante popular en unos juegos cuando
mató a un chico desgarrándole el cuello a mordiscos. Fue así como se coronó
vencedora. Se hizo tan famosa por lo que hizo, que pidió que le modificaran los
dientes.
-¿No comes?
-No – respondo con sequedad.
-¿Por qué? Está deliciosa. Te recomiendo el puré de
verduras. Aunque el estofado está delicioso.
-No quiero nada que venga del Capitolio.
Mi comentario la hace reír. Una risa que acompañada con sus
dientes resulta terrorífica.
-Tú vienes del Capitolio, Gale. ¿O es que eres igual que
hace un año? – esto hace que muestre una creciente curiosidad por lo que haya
venido a decirme – Seguro que antes odiabas a la gente del Capitolio, ¿verdad?
Pero ahora que los has conocido te has dado cuenta de que no son tan horribles,
que son personas al fin y al cabo. Pero, fíjate en esto, dentro de cinco meses,
cuando comience el Tercer Vasallaje de los Veinticinco, volverán a apostar y a
disfrutar con cada muerte. Y, aunque te resulte horroroso, seguirás sin
odiarlos como antes.
-Te equivocas.
-He estado en tu distrito y odiáis los juegos. Preferiríais
morir antes de matar a alguien por placer de la gente del Capitolio.
-Sólo quería volver con mi familia. Sólo luchamos por
nuestra supervivencia.
-Pero fuiste capaz de matar a una chica que aún tenía
posibilidades de salvarse, Gale. Y tú lo sabes perfectamente. ¿Habrías hecho
eso antes de ir al Capitolio?
-No.
-¿Lo ves? – pregunta divertida – Eres un producto del
Capitolio. Como yo y como todos los que salimos con vida de los juegos.
Suena el leve sonido
que produce el reloj cuando dan las dos.
-Toma – añade, y mete una mano en el bolsillo de mis
pantalones azules celestes. – Buen discurso.
Enobaria se levanta y se marcha. Paso con disimulo la mano
por el bolsillo y noto que la nota es más grande que lo normal, lo que ocasiona
un problema para leerla. Cuando emprendemos el amino de vuelta al tren, me
acerco a Portia y le pregunto si la ropa de la Gira me la darán cuando volvamos
al Distrito 12, ella asiente y cuando me pregunta la razón, finjo que me han
encantado los pantalones.
Así que, en cuanto llego a mi dormitorio en el tren, dejo
los pantalones colgados del armario y me duermo. Mañana toca el último distrito,
el Distrito 1, especializado en la fabricación de joyas. Pero también el
distrito del chica al que odié durante todos los juegos.
-¡Levanta Gale! Hoy va a ser un día muy, muy importante –
canturrea Effie mientras golpea la puerta de mi habitación.
Me levanto justo en el momento en el que llega mi equipo de
preparación,con mi desayuno.
-Lo siento Gale – dice Eridia, cogiéndome del brazo y
llevándome a un sillón que hay frente a un tocador.- Vamos con retraso y, como
se entere Effie... Bueno, ya la conoces, no queremos que se ponga a gritar.
Eridia coge unas pinzas y empieza a arrancarme las
imperfecciones de mis cejas. Justo cuando el dolor empieza a ser insoportable,
Madox sal del baño como un torbellino.
-Listo.
Esta vez, la sustancia que han echado en la bañera es de un
color púrpura, cuando le pregunto a Madox, me responde hablando más rápido de
lo habitual.
-Normalmente te bañas en tres bañeras con diferentes
sustancias que hacen que tu piel sea más brillante y sana, además de cerrar los
poros y evitar la sudoración; sin embargo, como estamos faltos de tiempo, esta
mezcla consigue lo mismo, sólo que el período de duración es más corto.
Así que esta mañana se convierte en una sesión de
preparación previa mucho más intensa y estresante, durante la cual apenas he
comido un trozo de pan, un cazo de sopa de verdura y un pequeño trozo de
salmón, uno de mis platos favoritos, que sustituyen al desayuno y al almuerzo.
Cuando Portia entra con la bolsa al dormitorio y echa al resto, solo quiero
dormir para que desaparezca este dolor de cabeza.
Portia se queda unos minutos sentada en la cama, acariciando
la bolsa y mirándome a los ojos. Después suspira y añade:
-Es el momento de calmar las cosas.
De la bolsa saca unos pantalones negros, una camisa marrón
claro y un chaqueta azul celeste abotonada que me llega a la altura de las
rodillas.
Nada de mostrar tatuajes. Primero me invade la confusión,
después la rabia ya que este es un distrito importante al ser uno de los
profesionales, y de nuevo a la confusión. ¿Habrá ocurrido algo que obligue a
suavizar las cosas?
Al igual que en el resto de los distritos, nos llevan al
Edificio de Justicia escoltados por agentes de la paz y, después, salimos al
escenario. Cuando llega el momento de mi discurso miro a las familias de
Glimmer y Marvel. Sin embargo, mi discurso es sólo para los de Marvel.
-Al principio odiaba a ambos tributos de vuestro distrito,
en especial a Marvel. Ahora, después de haber visto los juegos desde otra
perspectiva, me doy cuenta de que sólo intentaba ganar para volver a casa, que
no eran malvados. Incluso la locura de Marvel es razonable
teniendo en cuenta en el lugar en el que estábamos y bajo qué consecuencias.
Lo siguiente de lo que soy consciente es de que estoy en el
banquete, de que son las doce menos cinco y de que no hay nadie a mi lado. La
Gira me está agotando hasta tal punto en el que no soy consciente del paso del
tiempo. No dejo de mirar a un lado y a otro, esperando ver a algún vencedor del
uno, pero nada. El único vencedor que se acerca, es el del doce, Haymitch.,
justo cuando dan las doce campanadas.
-Los del uno no te tienen cariño, Gale – comenta divertido,
mientras desliza su mano al bolsillo de mi chaqueta azul.
-¿Se puede saber por qué? Yo no maté a ninguno de sus dos tributos.
-Cierto. Pero las personas que los mataron eran las más
cercanas a ti en la arena.
Estoy demasiado cansado para discutir con él, así que me
encojo de hombros. Sin embargo, sigue pareciéndome un razonamiento ilógico.
Cuando llego al tren recuerdo la nota de Haymitch y me meto
bajo las sábanas. Es su retorcida e ininteligible letra, aunque yo ya estoy
acostumbrado a descifrarla. Son dos simples líneas que me desgarran al mismo
tiempo que me llenan de esperanzas.
“Vieron a Prim, Hazzelle y Vick en el bosque, camino del
13.
No se sabe nada del resto.”
Capítulo 9. La primera noticia
Lo sé, ni es viernes ni es día par pero debido a la última entrada que colgué en la cual enunciaba que iba a dejar el blog... Bueno, que quería recompensaros el susto, así que subo capítulo una semana y tres días antes de lo programado. Tengo muchas cosas que deciros. Lo primero daros una explicación dentro de lo posible. No ha sido mi mejor año este 2013 y he pensado en abandonar el blog cientos y cientos de veces pero, por alguna razón, siempre que digo de abandonarlo, recobro la inspiración y las ganas de escribir, tengo miles de ideas y sólo pienso en que no puedo dar por terminado este blog. Lo segundo: a la derecha de las entradas he puesto un chat. Muchos blogs los tienen y creo que es genial para hablar con vosotros, informaros de novedades, darme opiniones y que entre vosotros discutáis del blog. Incluso para que anunciéis los vuestros. Sé que al final seré yo la única que hable, pero bah, por intentarlo... :) También tengo que deciros que he terminado el fanfic que estaba haciendo de Josh pero que se me están ocurriendo ideas para una segunda parte en la cual, muy a pesar de las hutchers, Josh no será el personaje principal, aunque OS PROMETO QUE SERÁ IMPORTANTE. Y por último (seguro que se me está olvidando algo) deciros que aquellos que tengáis wattpad me busquéis si queréis (SteveRae7). Estoy escribiendo una historia. El argumento no me convence pero aun así me gustaría que lo leyerais porque aparece el nombre de una persona muy importante para mí y, en parte, esa historia está escrita para ella (no es la protagonista). Bueno, como daréis por supuesto, ¡ESTE BLOG SIGUE ADELANTE! Aquí os dejo el trailer final oficial definitivo y PERFECTÍSIMO de CATCHING FIRE.
-Tu pelo ya está listo.
-Cuerpo depilado. Me ha costado un buen trabajo pero lo he
conseguido.
-Suerte Gale.
Mi equipo ha conseguido dejarme impecable en un récord de
cinco horas. Los observo con atención, tan extravagantes como siempre. Este
último mes y medio, desde mi visita al Capitolio, el odio que siento hacia las
personas que viven en la ciudad que nos gobierna ha aumentado
considerablemente, pero no hacia mi equipo. En el fondo son bastante tiernos y
adorables, como si fueran tres cachorrillos. Sería perfecto estar en su
compañía si no tuviera que escuchar conversaciones sobre sus riquezas siempre
que los veo mientras que mi distrito muere de hambre. Especialmente ahora que
ha comenzado a nevar.
Este mes y medio he ido incontables veces al bosque, la
mitad de las cuales iba con Madge. Cuando la gente vio que volvía a la caza
furtiva, muchos de ellos se atrevieron a entrar en el bosque y comenzar a
cazar. Pasamos un par de semanas en la que la felicidad se notaba en el aire
del distrito. Pero empezó el frío, las lluvias y las nevadas. La nieve comenzó
a cuajar en las calles y, poco después, se convirtió en peligrosas placas de
hielo y la gente dejó de ir al bosque. De nuevo había comenzado la escasez.
Portia ya está aquí, lista para ayudarme a vestirme. Sobre
la cama de mi habitación deja una bolsa en la que debe estar mi traje. La abro
con cuidado y encuentro uno de los trajes más raros que he visto nunca. Portia
comienza a sacar las prendas y me ayuda a ponérmelas. El traje consta de una
camisa verde casi transparente que deja ver un poco mis tatuajes a través de
ella; una corbata verde plateada y unos pantalones negros con purpurina anchos
que se ajustan a los gemelos. Portia también me da unas botas altas de cuero
negras que, para mi suerte, son planas. Cuando me miro al espejo no sé si levo
puestas las plumas de un pavo real o uno de los ridículos trajes de árbol que
llevan los tributos del Distrito 7 en el Desfile de los Tributos cada año.
Bajo las escaleras de la Casa de la Aldea de los Vencedores.
Abajo me encuentro a un Haymitch sentado en uno de los sofás, ebrio como
siempre; una Effie que no deja de pasear de un lado dando órdenes; y varias
cámaras de televisión que comienzan a grabarme en cuanto aparezco. También me
esperan mis fotografías, colgadas sobre una pared de las que han quitado el
mueble y los cuadros que había hace tan solo un par de horas.
Madox puso el grito en el cielo cuando le dije que quería
que revelara unas cien fotografías de las cuales sólo elegiría unas pocas. Pero
al verlas no se negó. Al parecer, la fotografía puede que sea uno de mis
talentos.
Me coloco frente a la pared en la que han colgado las
fotografías. Sé lo que toca ahora: me toca decir todo lo que pueda sobre lo que
he captado en cinco imágenes y, después, hablaré de mi talento en general.
Señalo la primera fotografía, en la que aparecen las puertas de las minas junto
a un grupo de mineros que sale de ellas y otro que entra.
-Estas son las minas del Distrito 12 – comienzo a decir – Es
nuestra especialidad, así que pensé que sería buena idea mostrarlas. Podemos
ver a un grupo de mineros cansados y sucios que salen de ellas después de una
dura jornada de trabajo en la que han extraído todo el carbón posible y a otra
cuadrilla que llega a ellas. Para mí esta fotografía tiene más de un
significado. No sólo me muestra aquello que estaría haciendo ahora mismo si no
hubiese ganado los juegos, también me recuerda que en ese lugar se produce
alguna que otra explosión cada año en la que mueren mineros. Como mi padre. Mi
padre murió en una de esas minas, junto al padre de mi mejor amiga, Katniss
Everdeen. Esta fotografía también me recuerda a él y a la tumba vacía que hay
en el cementerio de este distrito.
Primer corte.
Paso a la segunda fotografía sin hacer caso a la cara de
horror de Effie.
-En esta puede verse al hijo del panadero decorando uno de
los pasteles. Es un artista, sin lugar a dudas. Seguro que esto del talento se
le daría mejor a él que a mí.
Recuerdo el día de esta foto. Le prohibí a Peeta que
siguiera trayéndome pan, así que llevaba semanas sin verlo cuando Madge me
aseguró que a la gente le impresionaría ver las obras de arte de Peeta.
-¿Quién es? – pregunta uno de los periodistas.
Lo miro a los ojos, amenazante.
-No tiene nombre. No quiero que os fijéis en el chico, sino
en la tarta. ¿Veis esa maravilla? Es para el Capitolio, ellos comen pan seco y
mohoso.
Segundo corte.
Haymitch abre mucho los ojos y veo que hace un esfuerzo por
aguantar la risa. No tengo que mirar a Effie para saber lo que debe estar
pasando por su cabeza. Los modales.
-Tercera foto – anuncio con voz cantarina. Me estoy
divirtiendo más de lo que esperaba – Es un niño pequeño jugando con el barro.
Creo que no necesita mayor explicación. ¿Queréis un comentario? - Effie niega
con la cabeza, pero la ignoro – Este niño sonríe porque no ve los desastres que
están ocurriendo en su hogar. Su hermana mayor se muere de hambre y su padre
apenas gana salario en las minas para alimentar a un solo miembro de la
familia. Aun así, el hijo pequeño, es feliz. Algo que muchos de nosotros no
hemos sido en la vida al convertirnos de golpe en los padres de familia.
Tercer corte.
Paso a la siguiente fotografía. Mi habitación, la habitación
en la que dormíamos toda mi familia.
-Este es mi hogar. En esta pequeña habitación dormíamos
cinco personas. Mis hermanos Rory, Vick y Posy, y mi madre. Y, antes de que
naciera Posy, también mi padre.
No necesito añadir nada más para saber que esto también va
fuera de las grabaciones. Con sólo mencionar a mi familia sé que lo eliminarán.
¿Las razones? Si esto lo ve la gente, sabrán que tengo familia y que no ha sido
entrevistada. Si los tuviera el Capitolio, se descubriría el secreto; y, si
estuvieran en el bosque, el Capitolio quedaría en ridículo. Cuanto menos sepan
los habitantes del Capitolio de mi familia, mejor para los Vigilantes y el
Presidente Snow.
-Última foto: la Veta. Esta casa – digo, señalando una de
las decenas de casas que salen en la fotografía – es en la que vivía antes de
los juegos. Esta – digo, señalando otra de la que tan sólo se ve la mitad,
alejada del resto – era la casa de Katniss Everdeen. – guardo silencio un
momento, hasta que finalmente concluyo – No tengo nada más que decir.
Ahora ha llegado el momento de hablar sobre mi talento
mientras las cámaras se centran en el resto de las fotografías. Soy todo lo
sincero que puedo. Hablo sobre cómo conseguí la cámara, qué me parecía al
principio, cómo poco a poco comenzó a encantarme congelar momentos y poder
recordarlos siempre que quisiera. Si no fuese por la explicación de las fotos,
diría que la exposición de mi talento está bastante bien.
Cuando termino, todas las cámaras se cortan y en un segundo
tengo a Effie, que dedica a los periodistas una sonrisa amarga; a Haymitch y a
Portia a mi lado.
-Me has sorprendido – dice Haymitch justo antes de tropezar
y sujetarse a uno de los cámaras. – Llegué a pensar que podrías hacerlo bien.
-¿Qué ha sido eso, Gale? - pregunta Effie con un ligero tic
en el ojo.
-Tenemos que irnos, ¿no? - pregunto con tal de cambiar de
tema – Mañana Distrito 11. ¿Puedes comprobar tu horario, Effie?
Effie parece distraerse y saca un cuaderno de notas.
-Sí. Si queremos llegar a tiempo hay que irse ya. Vamos.
Un coche con los cristales tintados nos escolta hasta la
estación de tren. Una vez dentro, nos reunimos todos para cenar. Nadie hablar y
no se menciona la exposición de mis fotografías, entre las cuales abundaban
zonas del bosque. Cuando terminamos, me levanto para marcharme a mi habitación
y Haymitch viene conmigo.
-Has decidido acusar problemas, ¿eh, Gale?
-Yo no he dicho eso.
Aunque es cierto, no quiero ir gritándolo por los pasillos
del tren, donde debe de haber cientos de micrófonos y cámaras. Haymitch
chasquea la lengua y mira a uno y otro lado del tren.
-Será mejor que te vayas a dormir, mañana va a ser un día
difícil.
Y no se equivoca. A la mañana siguiente mi equipo me
maquilla y me prepara porque estamos a punto de llegar. Portia saca un traje
diferente al de ayer: pantalones claros y una camiseta gris rajada.
-Parece que me he encontrado con una bestia – responde,
cogiendo la camiseta con miedo a que se desintegre.
-Lo sé – responde con una mirada cómplice – Carlo se lo pasó
genial cuando le pedí que la cortara como si estuviese trabajando en el pelo de
Madox.
¿Es consciente de los problemas en los que podría meterse
por mi culpa? Sí, lo que no sé es por qué lo hace.
Me asomo a las ventanas y contemplo el paisaje, muy
diferente al del Distrito 12. Hay enromes campos en los que se ven rebaños de
animales pastando. Entonces el tren frena un poco y entramos en un terreno
bordeado por una alarmada de unos diez metros terminada en bucles de alambre
con espinas. Bajo la alambrada, hay enormes placas de hierro por donde debe de
viajar una fuerte corriente eléctrica. De aquí es imposible escapar. Entonces
veo las torres de vigilancia, llenas de agentes de la paz y repartidas entre
los campos de cultivo, donde hay trabajadores que levantan la cabeza para
observar el tren. Así es el Distrito 11, encargado de la agricultura. El
distrito de Rue y Tresh. Sus habitantes no deben estar muy contentos conmigo. A
uno de ellos lo maté y a la otra la dejé morir.
Effie llama a la puerta de mi compartimento y salgo. Cuando
llegamos a las puertas del tren, un grupo de agentes de la paz nos rodea y nos
conduce a la parte de atrás de un camión.
-¿Por qué nos tratan así? - pregunta Effie con su voz
histérica – Ni que fuésemos criminales.
Desde luego, la vigilancia aquí es mucho mayor que en
nuestro distrito. Llagamos al Edificio de Justicia, donde los agentes de la paz
nos meten casi a la fuerza. Hay un dulce olor que proviene de las cocinas,
donde están cocinando lo que posteriormente será nuestro banquete, aunque
también apesta a moho y podredumbre, algo que me agrada ya que me recuerda a mi
casa en la Veta.
Nos colocamos en fila frente a la puerta principal mientras
suena el himno y el alcalde nos presenta. Las puertas se abren e intento
sonreír, pero sólo me sale una mueca. Avanzo hacia la multitud que se concentra
en la plaza y que intenta aplaudir con entusiasmo. Atravieso un pequeño pasillo
improvisado con una baranda y salgo de la protección que me ofrece el techo
para colocarme frente a unas escaleras de mármol. Al principio, el sol me deslumbra,
pero una vez que mis ojos se han acostumbrado apenas me molesta. Los edificios
están lleno de banderas y me doy cuenta de que la multitud no es tan grande
como debería ser. Seguramente han elegido a unas cuantas personas al azar, ya
que el distrito es de lo más grandes y su población no podría entrar en la
plaza al completo. Al fondo hay un espacio reservado para las familias de los
tributos fallecidos. En el lado de Tresh hay una anciana encorvada y una chica
esbelta, deben de ser su abuela y su hermana; pero lo que hace que se me encoja
el corazón es lo que hay en el lado de Rue. Sus padres, con las caras delgadas
y los ojos hinchados, son la viva imagen del dolor. También lo son las cinco
criaturas que hay a su lado. Son los cinco hermanos de Rue, ella era la mayor
de la familia. ¿Cómo pude dejar que mataran a la pobre Rue?
Las aplausos terminan, una niña se acerca y me entrega un
ramo de flores y yo recito un ensayo preparado por el Capitolio del que apenas
soy consciente. Entonces llega el momento de decir algo. Carraspeo para
aclararme la voz y comienzo a hablar.
-Tresh mató a mi mejor amiga y por ese motivo lo he odiado
desde que gané los juegos. - clavo la mirada en los ojos oscuros de su hermana
– Sin embargo, me he dado cuenta de que todos nosotros matamos para poder
volver a casa. A muy pocos les importaba la riqueza, lo que queríamos, era
regresar con nuestras familias. Supongo que Tresh no era cruel, sino que sólo
intentaba volver a casa, como los demás.
Parpadeo con fuerza, recordando el momento en el que el
sable de Tresh recorría el cuello de Katniss, abriendo una herida que jamás
volvería a cerrarse. Ya no hay vuelta atrás. Ahora, clavo la mirada en una niña
que es igualita a su hermana.
-Pude salvarla y no quise hacerlo. En un principio pensé que
así conseguiría salvar a Katniss; aunque ahora lo pienso y no encuentro el por
qué de mi comportamiento. Lo siento muchísimo.
Volvemos a entrar en el Edificio de Justicia y nos conducen
a una habitaciones en la que descansar. Entonces Haymitch me coge del brazo y
me guía por decenas de pasillos y habitaciones. Subiendo escaleras hasta que
llegamos a una especie de desván.
-Aunque no lo creas, estoy sobrio – comenta sin aliento.
-¿Pra qué me has traído aquí?
-¿Es esto lo que quieres? Hacer que todo el mundo rompa las
normas impuestas por Snow?
-Sí – afirmo. No ha hecho falta que se lo dijese para que
supiera lo que planeaba.
-Y supongo que Portia te ayuda con esto – añade, sujetando
una de las mangas de mi camiseta rajada.
-Supongo.
-¿Sabes por qué? - frunzo el ceño. ¿Si sé qué? - Setenta y
cinco años son demasiados. La gente se ha cansado de todo y hay planes.¿Lo
entiendes?
Sí, lo entiendo. Aunque no sé que tengo que ver yo en esto.
Siempre he sospechado que alguien tendría planes de revolución, pero que nadie
era capaz de llevarlos a cabo.
-Tienes que seguir así – añade Haymitch – Llevándoles la
libertas con esto.
Alza el brazo y clava uno de sus dedos en una de las rajas
de la camiseta, en los árboles que ahora llenan mi cuerpo.
Asiento.
Bajamos a la habitación en la que estábamos y permanecemos
allí unos minutos hasta que aparece un
grupo de agentes de la paz para llevarnos al comedor. Primero entra mi equipo
de preparación con Portia, después Effie, Haymitch y, para terminar, yo.
La gente pasea de un lado a otro llevando platos de comida.
Yo me siento en una de las mesas, pero no como nada. Tampoco hablo con nadie
hasta que una mujer mayor, de piel aceitunada y ojos del color de la miel se
sienta a mi lado.
-Hola – saluda con voz cansada – soy Seeder.
Entonces noto como se acerca a mí y mete una mano en uno de
los bolsillos de su pantalón. Después la saca con delicadeza.
-Encantado.
Intento ser respetuoso ya que se trata de una mujer mayor y
del Distrito 11, al que le he provocado dos pérdidas. Pero me siento muy
incómodo y parece notarlo, así que se levanta y se marcha.
Cuando al fin volvemos al tren voy a mi habitación sin
hablar con nadie más y por el camino meto mi mano en el bolsillo, donde
encuentro un trozo de papel. No lo saco, no es seguro. Me meto en la cama, con
las luces encendidas, y me oculto por las sábanas, dejando tan sólo una pequeña
abertura por la que pasa la luz. Saco el papel y leo lo que hay escrito en él
con letra grotesca y descuidada, como si la persona que lo ha escrito tuviera
prisa. Tal vez fuera eso y el miedo a ser descubierto lo que ha hecho que sea
difícil descifrar las palabras.
“Es fácil para ti,
dónde la vigilancia de tu distrito es menor. Sin embargo, aquí es demasiado
difícil romper las reglas. Aun así lo has conseguido, esas fotos nos han
transmitido la libertad que todos ansiamos.”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)